Anageótica

Discordia.

La niebla invade de nuevo el gris horizonte
y las gotas caen,
y se estrellan,
y se revientan
como paracaidistas sin alma
que intentan huír de la soledad.
Otra decepción más
otra herida,
otro golpe,
otra cicatriz,
para mi larga lista, adornar.
Como un trío de póquer,
el can Cerbero,
la trinidad,
la manzana de la discordia,
Eris, su verduga.
Yo, una simple Paris,
de diosas a elegir.
La una, mi Hera,
me cegó su grandiosidad,
mas sus celos acabaron
con el poco amor
que una vez, la supe dar.
La otra, mi Atenea,
su inteligencia, su don
me marcó.
Mas nunca pude invadir
debido a su escudo,
su acorazado corazón.
La tercera, mi Afrodita,
su belleza me embelesó,
intenté evadirla,
intenté evitarla,
mas no pude persuadir su calor.
Ella no era buena,
me atrapaba,
me engaño,
y aunque le di su manzana,
esta al suelo la arrojó,
pues la fruta no importaba,
ni siquiera mi dolor.
Ella era poderosa,
jugaba con la ilusión,
y para un ser tan mezquino,
no había mejor destino,
que una tonta como yo.
Ahora las tres se han ido,
y yo no supe elegir.
Me quedo con alguna musa
a la sombra del Parnaso.
Que no necesito amor,
doña Virgen del Fracaso.

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