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Dormir que hace el poema

El dormir que lleva al poema,
no toca los ojos,
entrecerrándose
hasta no distinguir
el verde del azul,
el blanco del rojo,
 
no se detiene en sueños,
de sobresaltos, expectativas,
los hermosos,
falsos por hermosos,
los desagradables,
veraces por desagradables,
los de cruzarse
con ecos de la vigilia,
resaca, palabras envenenadas;
 
es el sosiego
de tu atención, que bruscamente
rompes para alzarte, llamado
a lo que pulula afuera,
ni tembloroso
ni anhelante escrutar:
una garza
de pantanos, su grito
al quebrársele una pata,
advertencia de que alguien
está por morir,
y una luna
sin eclipses, entera
derramándose en el llano.
 
El poema,
desprendido de la visión,
y del que no podrías
explicar, sólo ofrecerlo
y ofrecerlo
en homenaje a lo recibido,
pero no su enigma,
así como
un bebedor no penetra en su vino,
lo bebe,
pero no sabe qué es,
además de áspero y seco,
subido de color.
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