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Civilización y cultura

La voluntad moral trabaja por humanizar más y más al hombre, levantándolo sobre la bestia, como un escultor que, tallando el bloque de piedra, va poco a poco sacando de él una estatua. No todos tenemos fuerzas para corregirnos a nosotros mismos y procurar mejorarnos incesantemente a lo largo de nuestra existencia; pero esto sería lo deseable. Si ello fuera siempre posible, el progreso humano no sufriría esos estancamientos y retrocesos que hallamos en la historia, esos olvidos o destrozos de las conquistas ya obtenidas.

En la realidad, el progreso humano
no siempre se logra, o sólo se
consigue de modo aproximado.
Pero ese progreso humano es el
ideal a que todos debemos aspirar,
como individuos y como pueblos.

Las palabras “civilización” y “cultura”
se usan de muchos modos.
Algunos entienden por “civilización”
el conjunto de conquistas
materiales, descubrimientos
prácticos y adelantos técnicos
de la humanidad. Y entienden
por “cultura” las conquistas
semejantes de carácter teórico

o en el puro campo del saber y
del conocimiento así como las
creaciones artísticas. Otros lo
entienden al revés. La verdad es
que ambas cosas van siempre
mezcladas. No hubiera sido posible,
por ejemplo, descubrir las útiles
aplicaciones de la electricidad o
la radiodifusión sin un caudal de
conocimientos previos; y a su vez,
esas aplicaciones han permitido
adquirir otras nociones teóricas.

En todo caso, cultura y
civilización, creaciones artísticas
y conocimientos teóricos y
aplicaciones prácticas nacen
del desarrollo del espíritu; pero
las inspira la voluntad moral o
de perfeccionamiento humano.
Cuando pierden de vista la moral,
cultura y civilización degeneran y se
destruyen a sí mismas. Las muchas
maravillas mecánicas y químicas
que aplica la guerra, por ejemplo,
en vez de mejorar a la especie,
la destruyen. Nobel, sabio sueco
inventor de la dinamita, hubiera
deseado que ésta sólo se usara
para la ingeniería y las industrias
productivas, en vez de usarse para
matar hombres. Por eso, como en
prenda de sus intenciones, instituyó
un importante premio anual, que se
adjudica a los sabios o escritores que
hayan contribuido al mejoramiento
humano o a quienes hayan hecho
más por la paz del mundo.

Se puede haber adelantado en
muchas cosas y, sin embargo,
no haber alcanzado la verdadera
cultura. Así sucede siempre que se
olvida la moral. En los individuos y
en los pueblos, el no perder de vista
la moral significa el dar a todas las
cosas su verdadero valor, dentro del
conjunto de los fines humanos y el
fin de los fines es el bien, el blanco
definitivo a que todas nuestras
acciones apuntan.

De este modo se explica la
observación hecha por un filósofo
que viajaba por China a fines del
siglo XIX. “El chino –decía– es más
atrasado que el europeo; pero es
más culto, dentro del nivel y el
cuadro de su vida”. La educación
moral, base de la cultura, consiste en
saber dar sitio a todas las nociones:
en saber qué es lo principal, en lo
que se debe exigir el extremo rigor;
qué es lo secundario, en lo que se
puede ser tolerante; y qué es lo inútil,
en lo que se puede ser indiferente.
Poseer este saber es haber adquirido
el sentimiento de las categorías.

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