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I. «SEÑORES PASAJEROS»

Zaragoza, 15 de noviembre de 2021

Hay una mujer tendida en las vías de Plaza de España.

Los sórdidos estruendos de las ambulancias embadurnan de terror el centro de la ciudad, ahora objeto de miradas atentas, morbosas, que estiran sus pupilas intentando averiguar algo: ¿Qué será aquello que ha parado el curso habitual del tranvía?

         «Señores pasajeros, disculpen las molestias. Reanudaremos el trayecto lo antes posible»

La ciudadanía, insolente, se enfada. No van a llegar a tiempo a la soledad de los cuartos que por vaga costumbre llaman «hogar», a la desastrada manera de vivir que definen bajo el rótulo de «rutina».

Las calles se llenan de murmullos roncos, de gritos de auxilio, de gestos de preocupación. Pero también se abre camino la expectación y el alivio de saber que no eres tú el que está recostado sobre el frío metal de los raíles.

Porque así es el ser humano: siente curiosidad cuando mira a la Muerte cara a cara, pero desde un plano ajeno, desde la comodidad de la vida; incluso se dibuja una obscena sonrisa en su rostro al saber que, tras macabro suceso, seguirá caminando y su vida continuará igual. Pero, ¿y si observara desde un plano ajeno el triunfo de otros? Envidia. Qué vulgar, repugnante, inhumana hipocresía...

         «Señores pasajeros, en breves instantes retomaremos el trayecto. Gracias por su paciencia»

Una delgada tela ponía fin al suspense creado en los transeúntes. Tras esto, vuelven sus rostros de nuevo al suelo, abotonan sus gabardinas, y caminan encorvados hacia sus casas con la insolente alegría de poder contar algo nuevo: tristes e indecentes heraldos de la muerte.

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