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Etereofónico

Ya has de saber cómo ansío tu inexistencia.
No deseo el fin de tus pensamientos sino es, más bien, que éstos nunca estuvieron.
Realmente aquellas madrugadas las viví sola, junto a mi ligera conciencia inventora toda entre sábanas.
Por ejemplo, tus labios fueron obtenidos del recuerdo de mil rosas sangrantes.
Tu torso, de una veleta de mi infancia.
Tus pies provienen del polvo de mi cansancio.
Así, considero inútiles las múltiples formas abandonadas a la evidencia.
 
Si tu sombra me hiciese compañía en la casa, créeme que no estaría negándote con tanta insistencia.
Si los abrazos dados continuaran caminando juntos hacia el amanecer (como hacen todos los abrazos), yo misma proclamaría el gusto de tenerte a mi lado.
Y si tu voz contuviera el más mínimo eco de mis latidos, tocaría tu cabello con mayor gusto de lo usual.
Pero tu sombra yace en el segundo rincón de mi habitación, nuestros abrazos se dijeron adiós hace tiempo, y tu voz sólo es capaz de repetirse a sí misma.
Explícame, entonces, ¿cómo podrías ser afuera, si aquí no?

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