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Conmigo misma (relato a dos manos)

MI DIARIO

Ella escribía, su diario era un rincón secreto, desconocido para su familia y por supuesto a sus amigos, inclusive los más íntimos. Nunca siquiera insinuó su existencia. Era ella, pero en palabras.
Es más, en charlas, cierta vez alguien comentó sobre un libro leído, que hablaba de un diario en el que una adolescente volcaba sus sueños, sentimientos y demás, en una pequeña libreta, que mantenía bien oculta en su armario. La mayoría de los presentes mantuvieron la idea de que eran cosas de la temprana juventud, ella fue la única que comentó su aprecio ante aquella costumbre y además agregó, que ojalá pudiera mostrar su mundo a través de unas líneas escritas.

Pero no admitió que llevaba un diario ante otras personas. Escribirse en silencio era parte del misterio que quería disfrutar. De alguna forma mágica, encontrar las palabras que le dibujaban le daba libertad.
Y así mantuvo su costumbre por más de 13 años. Hasta que, encontró esta aplicación, Diaryether.
Dar con la aplicación fue casual. Pasaba su mirada por el móvil y vio el anuncio. El precio no era caro, muy bajo, con la ventaja de que no te filtraban publicidad. Y ofrecía algo que le resultó muy atrayente. Podías compartir fotos de páginas escogidas de tu diario, de forma completamente anónima. Otras personas podrían leerlo y comentar. Por tu parte, podrías también leer páginas sueltas de los diarios de otros y comentarles algo. Y, lo que ella consideró muy importante, se mantendría la confidencialidad en todo momento. No sabría a quién leía ni quién le comentaba. No tendría que haber correspondencia, al no saber quién te había comentado no podías actuar recíprocamente tampoco. Era un mar en él que podías nadar en cualquier dirección, con muchas opciones y sin compromisos. Y sin la sensación de quedar expuesta, al descubierto, ante alguien que pudiese terminar encontrándose cara a cara, en una calle, en un café, frente a una cama.
“Quizás esta sea la única forma en la que otra persona pueda leer mi diario” pensó. Tendré que sopesar riesgos, leer páginas sueltas a ver si realmente lo quiero compartir, superar el temor de que ignoren mis textos, o de que alguien haga mofa de ellos.
Y una tarde de lluvia, sola en su cuarto, con una taza humeante de te chino entre sus manos, miró la pantalla verdosa de su PC... sintió un impulso interior que la obligó a comenzar esa especie de proyecto, que ya días deambulaba en su mente.

Y así empezó...
Hoy te confesaré un viejo secreto, diario querido, no te asombres pues está aquí, dentro mío hace mucho tiempo, cuando era una jovencita sin apuros y sin razones para preocuparse... todo pasó de improviso, no estaba preparada... es más, al principio lo tomé como una inocente broma, es decir algo pasajero, pero la forma y la reiteración me dieron la pauta que estaba frente a una nueva sensación, rara, intrigante, y me atrevo hasta decir, misteriosa. Él se llamaba Amilcar y me ofreció su amistad...
Yo, desprevenida de lo que se despertaría en mí, acepte gustosa las conversaciones tranquilas, frente a los árboles del parque, frente a la laguna, frente a los paseantes. Una confesión ligera llevó a otra más personal, una mirada huyó y otra decidió encontrarnos. Unos silencios largos y distantes aceleraron mi corazón. Y un día, en medio de una tarde hermosa, con el mejor atardecer que había visto en años, mientras comentábamos sobre nuestras comidas favoritas, me tropecé con una piedra que estaba hecha del concepto que yo tenía sobre lo que sería el amor.
Fue una idea fugaz, pero aguda y certera. Continué sonriendo y asintiendo, mientras él se prodigaba en detalles. Y no pude hacer otra cosa para protegerme que fingir un pretexto para marcharme. Salir de allí rápidamente, mientras trataba de lograr que mis pasos no delatasen el titubeo inmenso que se apoderaba de mis ganas de vivir lejos de su voz. Comenzó entonces la sensación de vaivén, de pérdida de equilibrio, de estar ausente mientras presente, de oscilar entre mi tórrida imaginación y la anodina realidad. Amílcar protagonizaba todas mis historias. Todos los recuerdos de sus quehaceres refulgían. Y mientras más ganas de estar con él sentía, más palpable se iba haciendo su desinterés por mí. Seguíamos encontrándonos por las tardes, pero el parecía aburrirse. Se quedaba largos lapsos de tiempo en silencio. Y yo no encontraba palabras que añadir. Un buen día, sin mayores explicaciones, dejó de venir.

Cynthia dejó de escribir, ella misma no entendía el porqué de su drástica decisión.
Amaneceres se confundieron con noches largas de insomnio. No encontraba escape a sus sentimientos.

Su otro yo, dijo presente, aunque pese a sus tratativas, declinó en insistir que regrese a su diario, pues solo allí podría descargar todo su flujo de incertidumbre.
Recapacitó, pues llegó a la conclusión de que no tenía otra alternativa, se encontraba en un círculo cerrado. El mundo está hecho para los valientes, los rezagados siempre llevan las de perder.

Entonces... una mañana algo más cálida de lo usual, se instaló frente a su diario, con el bolígrafo favorito y su botella de bebidas. Y se vació. Escribió lo que sentía. Como había comenzado a sentir el amor. Como había cambiado su vida y como ahora, estaba desolada. Amílcar ya ni la recordaría. Tenía esa certeza. Pero cada tarde de parque, cada peripecia, cada anécdota, se habían instalado dentro de ella. Terminó de colocar los detalles que alcanzaba a trasladar a su mano y su lectura. Y sonrió, mirando por la ventana. El sol contaba otra historia. Los transeúntes, los niños jugando, los coches y las mascotas... Todo continuaba.

En ese momento entendió que eso justo es lo que debía hacer ella. Continuar. Y con esta frase, se quedó feliz. “He vivido este amor en silencio, pero intensamente. El no me quiso como yo le quise. Y nunca sabrá cómo cambió mi vida. Pero en honor a ello, a la opresión en el pecho, al temblor en las manos, a las mariposas del estómago, a la debilidad de mis piernas y a las lágrimas en mis ojos, debo continuar. Que esto se haya acabado no significa que no pueda haber otras muchas historias bellas por comenzar. Los recuerdos son míos. Se quedan dentro de mí. Y aquí. Los comparto con vosotros. Pero, por respeto a mi misma, más que recordar el pasado, ahora me dedicaré a vivir.
Algo he aprendido, a hablar cuando deba hacerlo, a arriesgar, a aceptar la perdida como parte del juego, a no arrepentirme de lo que no hice, preferiré la sinceridad en cada momento. Y con esto en la frente, levanto la mirada y liberándome de mis temores, me dedico a existir”.

Nuestra amiga tomó las fotos, dejó en diaryether lo que quería compartir y se miró en el espejo. Estaba lista para volar sobre otros mares. Tomó lo indispensable y con una sonrisa ilusionada, salió a la calle, a sonreír.

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Autores
Grace Cristina Chacón León (España)
Beto Brom (Israel)

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*REGISTR@DO

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