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HÉCTOR ROJAS HERRAZO

HÉCTOR ROJAS HERAZO
 
La fragancia de mi jardín exiguo,
exhalada  por las rosas de mis tardes
que, rebeldes, se niegan a morir,
con  ansias recónditas e intensas,
me ordena que te cante…. y así lo haré:
A tu musa y a tus palabras prodigiosas
diluidas en los arroyos cristalinos
que llegan a tu mar de infinitudes.
A tu mar azul y tus arroyos vítreos
que acogen alcahuetes las estrellas
que  de incógnito navegan sus cristales,
como  caravanas de mi amor desértico
sobre dunas de  sedienta arena
con cocoteros de piel de cocodrilo,
donde  vuelan  gaviotas marineras
buscando dorados pececillos,
o tu numen persiguiendo metáforas azules.
Las musas te lo dieron todo:
de Aracne la trama en el relato,
la  elegancia anacreóntica del verso,
y el ritual pictórico de Apeles.
Canto a tu Tolú nativo,
como exige el ave que le canten
a las pajillas íntimas del nido.
De nuevo a tu mar azul y caribeño
que con sus múltiples matices,
desde la esperanza hasta los sueños,
te enseñó la destreza en los pinceles.
A tu cielo de intensos arreboles
que mueren ”degollados en las tardes”,
delante de un sol decrépito y anuente.
A tus mujeres hechas de panela,
para endulzar la vida cotidiana.
Príncipe del arte, en holístico sentido,
como el pintor de la enigmática sonrisa,
y el viajero al infierno, purgatorio y cielo.
Las palabras de los poetas incensarán tu gloria,
aspergiéndola con gálbano y con mirra,
y  de Ofir, ofrendando su pureza gualda.
Descansa   en el sopor etéreo,
hasta que Apolo con su lira délica
convoque a los gigantes que se fueron .

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