Mi ferviente pasión por entregarme,
en voluntad, tiempo y esperanza,
parece despertar el odio, lo intratable,
de aquellos que osaron amarme
con eso que no alcanza...
Alegrarme por logros ajenos
me ayuda a ignorar los míos.
Converso con todos, río como niño,
soñando despierto, negando estar vivo.
Me acostumbré a ver las ausencias,
como dádiva, obra de arte;
la estancia es digna del tonto que deja
y no se pudre esperando mi parte.
Admiro los cielos y entono la trova,
celando del ciego, envidiando a la sorda.
Si como bastante es culpa de la hora,
pues nada sacía la paz que me agobia.
Aquí, en mi mazmorra azul y serena,
soy custodiante del cetro que avieja;
armado de orgullo, razón y pereza,
intento reinar sobre un sol que se aleja.
Mi ferviente pasión por alegrarme,
de la envidia que no me pertenece,
hace que aquello que a ti te adormece
sea el motor que aviva mi alma.