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ME ENAMORÉ DE DOS GEMELAS

I

Mis inhóspitas dicciones no eran como de costumbre. La misma monotonía de siempre: despertar, comer, escribir, soñar despierto y después descansar en el jocoso sueño de poder salir de estas cuatro paredes.

Mi nombre es Natsu Emil, soy un escritor de dieciséis años; vivo al norte de Lovely, Hard Lies para ser preciso. Vivo solo en un departamento, con un remojón lleno de sucias líneas en soneto, con las siguientes palabras:

«Sabes donde reconocer...».

No sé quién escribió eso, desde que me hospedé en esta pesadumbre estancia, esas hileras mágicas me han hecho morder los labios de mi entusiasmo, dando cavidad a la curiosidad del antiguo inquilino.

El café suena, tendré que tomarlo. Escucho música todo el día, mientras escucho a Ecografía del artista sueco, Editor Paperbote, me posiciono en las ventanas viscerales de mi acogedora pared. Mirando abajo, veo a una chica con un minucioso vertido color rojo, al parecer era un albornoz, y unas pantuflas color mamey. Me causa irrisorio ya que me da alusión al carnaval que casi se acerca, el veintisiete de febrero.

Apenas estamos a quince de febrero, todo denota insensatez del calendario gregoriano. Este año es bisiesto, por esos que cumplen años de verdad los veintinueve de este mes: levanto mi taza de capuchino.

Pierdo de vista a la chica por estar hablando con ustedes, se notaba tensa.

—¡¡Rayos!! Hoy es lunes, ¿en qué mundo estoy?

Salgo más rápido que Speedy Gonzales de mi aposento, dejándome puesto la cachucha color roja, de los Leones del Escogido; procedo a dejar el café en la abertura. Me despido de mi olimpo, dándole un beso a mi peluche Tuti (un Rottweiler, así no entran y me zaquean el almacén de mis recuerdos), tomando mis llaves y bajando sudorosamente las escaleras de caracol del edificio.

No encuentro las llaves de mi carro, pero estoy enardecido de prisa como para que darme a especular. Vi un triciclo lleno de mi fruta favorita: fresa. Me monto y estoy emprendiendo el viaje a mi puesto de burócrata.

Apenas tengo dieciséis años, pero eso no impide a que se me haga un curriculum vitae y mucho menos, un diploma de bachiller.

He llegado a mi destino: ONDA (Organización Nacional de Derechos de Autor).

Allí veo a una mulata recepcionista con una sonrisa tan abierta e inocente como las de un bebé recién nacido.

—¿Qué desea, señor? Bienvenido a la ONDA, mucho gusto, mi nombre es Primor Forester —dice ella, dándome su mano derecha color canela, dando lugar al comienzo de una salutación.

—Mi nombre es Natsu Emil, soy poeta, rapero, cuentista, bloguero, maestro de ceremonias, y es muy agotador —le devolví el saludo apretando su mano con la mía, con firmeza de la respuesta.

—¿Se siente bien, señor?

Escucho su voz terciopelo, mientras caigo lentamente en el pavimento. Abro mis pupilas y me encuentro en el hospital de La Plaza de La Enfermedad.

—Señor, señor, ¿qué ve? —me habla tras verme despertar, mostrándome los dedos de su mano, para así, comprobar si soy humano o si padecía de fotofobia en el momento.

—Veo seis —le aclaré.

—¿Cómo que seis? —contesta ella, moviendo su cerebro del lado derecho y arrugando su cara y sus cejas, denotando insensatez.

—Sí, veo seis, veo los cinco dedos de tus palmas, y veo la palma de tu cara. Con tan solo mirarla nunca trataría de ser mocho.

No me había percatado que estaba una enfermera del lado izquierdo de la cama hospitalaria.

—Señor, su plaqueta está en ocho, ¿cómo puede seguir hablando? —me cuestiona, al verme de pie después del coma previsto.

—Bueno, mujer, así como las cucarachas duran diez días vivas sin su cabeza; así el ser humano responde aun con ganas de vivir —le respondí, durmiéndome a la vez.

Desperté después de aquella somnolencia, veo solamente en la recamara: mi gorra de los Leones del Escogido en el estante, a mi derecha; mi celular; mis llaves de la casa; un recuadro con el versículo ocho del Salmo ciento cuarenta y tres: «Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado, hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado mi alma»; y una hermética puerta paralela al baño, de mi lado izquierdo. Y no, no era la que te lleva al pasillo, no, ésta era de color mostaza.

Me dije a mí mismo que si era una ilusión, producto del trance que estaba pasando, pero es que se veía tan palpable, tan, abierta.

Y sí, era así mismo, y no me lo creía, era la jovena que vimos desde mi persiana. Estaba chillando, decía que no era su culpa, que no quería morir, que faltaba mucho por realizar.

Los médicos a sus lados se reían ante tal salvajismo. Las enfermeras se dijeron entre sí, que eso era por el efecto del choque, y otras, por la anestesia.

Pero una persona en ese estado, bueno, todo es válido.

DESPUÉS DE UN MES

—Tendrá que tomarse estos paracetamoles cada nueve horas, junto a estas aspirinas.

—¿En serio, Doc.? Los paracetamoles los recomiendan hasta los ciegos, ¿está seguro de esta premisa?

—Sí, soy el doctor; dígale a los de la botica de allá abajo, que le retiren estos fármacos.

—¿Pero qué dice aquí? Me imagino a ustedes los médicos haciendo una huelga —le reproché, levantándome de la silla, gritando y señalado la receta anteriormente dada.

—Deje de hacerse el bobo —respondió, mirándome con cara bohemia—. ¿Su seguro es SeNaSa?

—Sí.

—Mejor, se puede retirar —me dijo, parándose de su trono, tomándome de mi hombro izquierdo y dándome media vuelta; arrastrándome hacia la puerta—. Siguiente —voceó desde adentro de su consultorio, dejándome dicho que no me quería ver de vuelta por aquel lugar.

Bajo a la farmacia y tomo mis medicamentos recetados, salgo de allí.

Yendo a casa, miro al oeste el restaurante: Pica Pollo Wi Wi. Me adentro en el lugar, y luego procedo a tomar mi turno en la larguísima fila. Después de media hora, pido mi apetito, lo espero (ni modo) y me voy a casa en un taxi.

Pasando por la ciudad, veo magnánimas tiendas, mujeres y personas pasando por esos aquellos lugares; hablándose entre sí. Un ejemplo vivo de un diálogo, de un acto de habla.

De un tris, paso por una guardería, y, le digo al conductor que frene.

Mis iris no estaban mal, era la misma muchacha; me pregunté qué había pasado con ella, con el destino. Camino más y la muchedumbre me aprieta, yo estaba como el SEÑOR, preguntando quién le había tocado.

—Ho-hola.

—Hola.

—¿Tu nombre es...?

—Eso mismo te iba a preguntar, Yahoo! Respuestas—me responde, sonriendo simultáneamente.

—Mi nombre es Natsu, ¿y el tuyo?

—Past.

—¿Past?

—Sí, Past Future. Es un gusto —me dijo, dándome la mano como muestra de nuestra pronta amistad.

Le respondí con el saludo.

—El gusto es todo mío, mira, tengo una duda...

—Ah, perdón, acaba de llegar mi taxi, hablamos después, ¿vale?—me dijo, marchándose al auto estacionado.

Mientras corría, le cuestioné:

—¡¿Vives en Hard Lies?!

—¡¡Sí!!

Así terminó mi día.

10 AÑOS MÁS TARDE

Soy un escritor medio, o sea, ni tan famoso, ni tan prole. Soy reconocido por mi familia y por mis amigos, no está mal.

Estoy en una guardería, espero a mi sobrina. Todavía sigo soltero y apenas soy licenciado en Sicología Clínica.

—¡Tío-o! —exclama mi sobrina al salir y verme.

—¿Cómo está mi pequeña Lulú?

—Excelente.

—¿Cómo te fue hoy?

—Excelente.

—¿Y en el examen?

—Extraordinario.

Después que me dijo eso, ambos pusimos cara de decepción.

3: 00 A. M. LUNES

Estoy escuchando a Paperbote, y estoy demasiado inspirado. Tomo mi pluma y me pongo a escritor.

De pronto, entra en mí una euforia, y tomo el lápiz y mi cátedra, salgo de mi pocilga.

Voy al panteón de Hard Lies, lleno de personas sentadas. Escucho desde el cielo: «¡Emil, escribe!»

Y después de escucharla, sentí un fuerte calambre en mi pecho. Caigo encima de mí y aparezco en el quirófano.

—Uno, dos, tres —gritaban los médicos, haciendo compresiones en mi pecho.

—Gracias, DIOS —alcanzo a escuchar a uno de ellos, exclamando con satisfacción.

Al lado mío estaba Past, o no sé si esa era su verdadera identidad.

Vomita, vomita y vomita sin parar. Los médicos lloran al no saber qué hacer.

Ella de repente salta de su camilla hacia la mía, y me baña de su lecho estomacal. Para y se duerme en mi pecho. No sé, pero no hedía a nada malo, solamente a ADN único.

Su dedo meñique se le puso tan chico, que su anillo se deslizó por su cuerpo hasta llegar a mis bolsillos.

Me bañaron, me vistieron con el pijama neutral de todo paciente. A lo largo de una hora, abro mis ojos, y ella está de lado mío, en la misma cama, aquella chica de siempre.

Está en pijama y sus manos están sobre mi rostro, respirándome de frente. Pueda que yo tenga un día difícil, pero acabo de tener una erección. Está roja y sus pies están encima de los míos.

Suena la puerta de nuestra habitación, y me hago el dormido cerrando mis ojitos. Escucho entrar a unas mujeres, una con la voz gruesa y otra con la voz fina.

—Tienes que quedarte a velar a tu hermana, Middle, me iré de viaje y tienes que suplir lo necesario.

—Mamá, porque yo haya nacido unos segundos después, no significa que yo sea la mayor.

—Sí, sé que son g...

Ahí mismo interrumpió el doctor.

—¿Usted es la señora Chal Corner?

—Esa misma.

—Sígame por favor.

Ya no se escuchaba murmullos en la recamara.

Acabo de un rato, decido levantarme para ir al retrete. Cuando regreso, no veo a la jovena en la camilla. Salí por el pasillo con mi suero en la mano. Voy camino a la recepción y la veo de pie, hablando con la recepcionista.

—Contemplo que te sanaste, me alegro —le dije, a dos metros de ella.

Voltea y me mira como si nunca me conociera.

—¿Quién es usted? Seguro está equivocado.

—Pero si estabas conmigo en la habitación hace un rato.

Cuando dije eso, sonrió alocadamente.

—Esa es mi h...

—¡Middle! ¡Ven acá!

Volteo y era una mujer madura, pero elegante. Dejándome en el pasillo se va a su domicilio. Yo voy caminando detrás de ella, pero a mi cuarto.

Era ella, dormida estaba. Esto viola las leyes de la inercia. Isaac, todo fue en vano. Me aproximo para percibirla, y sí, era ella. Salgo al pasillo y no veo a nadie. Me pregunto si esto es un sueño, Fear Factor o Quién se cambia más rápido Toronto. Yo “caminaba” detrás de ella, eso era imposible, no la vi entrar a mi aposento.

Y era con el mismo pijama del principio. “Yo mismo estoy loco”, pensé. Me dormí junto a ella y alrededor de cinco segundos, presiento la presencia de un ente entre nosotros, sentándose en una de las sillas del cuarto. Procedí a abrir los ojos lo más que pude, y sólo vi el visaje de una fémina llorando y sonriendo simultáneamente; parecía como si viera el suelo. Pensé que era un fantasma, pero ella se dijo: “Reconocer...”.

Me dormí profundamente.

Cuando desperté no había nadie junto a mí, sino mis cachivaches. Me dieron de alta y volví a casa. Veo la taza de café en mi ventana, repleta de hormigas. Yo triste en la cama... limpio todo y luego me pongo a reflexionar, quedándome en la profundad serenidad de dejarme llevar por el viento acorazonado que pasaba por mi recamara, se comparaba a los respiros de tal muchacha.

Suena el timbre.

—¡¿Quién es?! —nadie me respondió.

Salgo y veo el triciclo estacionado fuera de mi «door». Lo tomo y lo bajo al estacionamiento, justamente donde lo encontré. Me imaginé a su dueño.

Vi el teléfono y vi la fecha: quince de marzo, once a eme.

Sólo me puse a pensar que se acercaba el verano.

Al rededor de unas semanas, ya comencé a trabajar, como digitador. Soy bastante bueno con el teclado. Voy a una heladería, y compro un Yogen Früz de Fresa y con su mermelada de fresa respectivamente. Me siento y disfruto de mi pago. Veo a lo lejos el celaje de aquella hembra. Salgo corriendo y le digo:

—Te sanaste pronto.

—¿Cómo sabes eso? —me preguntó.

—Compartíamos habitación.

—No recuerdo, pero seas quién seas, esto sonó muy sospechoso.

—Perdona, me equivoqué.

Era ella, pero me veía como un completo inepto delante de ella. Hasta llegó a pensar que yo era un delincuente.

Mientras camino, la veo caminando en vía contraría a mis pasos, pero delante mío, en perspectiva inversa, de frente mío; estaba caminando con un helado (un Magnum), pensé: “Esto es prendió... ¿esta tipa es bruja o qué?” Cuando volteo a mirar, no había nadie del sitio por donde regresé.

—¿Qué haces, Past? ¿¡Te estás amarrando los cordones en media plaza comercial!? Ni pareces que fueras mi hermana gemela.

—Hablando de “incidentes”, vino hace un rato un tipo y me dijo que se alegró por haberme sanado, ¿lo conoces?

—No.

Presentí mientras caminaba como si alguien me miraba y me acechara.

Sentí algo en mis bolsillos, era un anillo color rojo. Cuando intenté ponérmelo, el anillo se había desaparecido, dando alusión a un divorcio.

Me detuve en la persiana de mi aposento, y la vi, pero sin la primera ropa, sino con el pijama del hospital. Al caminar, dejaba estas palabras:

“Sabes donde reconocer un coma”.

Nunca comprendí lo que querían dejar dicho esas dicciones.

Cuento de Emil Cerda, terminado el 9 de septiembre de 2017. Pertenece a su antología: Iktsuarpok.

#Cerda #EmilMeDeDosEnamoréGemelas

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