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Día veinticuatro. Y tu retórica

Si lo escribió mi prisa feliz, ¿con qué palabras,
Cómo dije: “palomas cálidas de tu pecho”?
En sus picos leería: brasa, guinda, clamor,
Pero la luz recuerda más duro su contorno
Y el aire el inflexible número de su arrullo.
 
Y diría: “palomas de azúcar de tu pecho”,
Si endulzaban el agua cuando entrabas al mar
Con tu traje de cera de desnudez rendida,
Pero el mar las sufría proas inexorables
Y aún sangran mis labios de morder su cristal.
 
Después, si dije: “un hosco viento de despedidas”,
¿Qué palabras de hielo hallé sobre mi grito?
No recuerdos, ni angustias, ni soledades. Sólo
El rencor de haber dicho tu estatua con arenas
Y haberla condenado a vida, tiempo, muerte.
 
Y escribiría: “un horro vendaval de vacíos”
La estéril mano álgida que me agostó mis rosas
 
Y me quemó la médula para decir apenas
Que nunca tuve mucho que decir de mí mismo
Y que de tu milagro sólo supe la piel.
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