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Breviario 11 a 20

11
Agua fría sobre mis pies, en este invierno que me lleva del revés. Y el corazón ardiendo, inmaculado, me transporta con cada gesto a tu lado.
Eres en mi la luz del calor, lo íntimo del más sensual olor y el brillo del sol en mi camino. Eres las razones, los temores y la desazón que mezcla todo en un gesto loco que sabe acariciar lo que en el espejo invoco. Mis sonrisas nacen de ti, mis lágrimas riman porque no estás aquí.

12
Si te ríes de nuevo te convierto en la cómplice de mis desvelos. Si me miras así, sin parpadeos, te convierto en la reina de mis rincones. Voy de excusa en excusa, de falsa meta en vana esperanza, postergando el quid del requiebro, el momento del riesgo. ¿Te hago esperar o prolongo mi agonía? ¡Si pudiera saberlo vida mía...!

13
Comencé a comer el helado sabiendo que cuando le hubiese acabado, nuestras vidas, sin estruendo, habrían llegado a cambiar. Tus pestañas nunca cantaron más dulce melodía, ni tus ojos más embrujo tuvieron. Tuve que acariciar tus manos por última vez, antes de desvelarte que ya había resuelto el “tal vez”.

14
Caminabas hacia la alcoba con pasos descalzos, descubrías entonces que querías virar y no volver a ir allí. Sobre el camino desandado se fueron quedando las historias que no te dejaban dormir. Colgadas en las paredes, las imágenes de tu mente, plasmadas,  contaron las memorias de lo que parecía antes sin fin. Hay renuncias que te elevan y te permiten recomenzar a vivir.

15
Mano sonrosada esperando su baño en la plata que la descarnará. Inmortal su sueño, alcanzado a través de la destrucción de lo que de siempre fue temporal. Temblor incierto enfundado en deseos de posteridad, insuflados por el ignorante orgulloso que blande su lengua sobre los deseos de otros, cortando flamígero toda rama de laurel, toda vela de cera cruda que no llegará a arder. No hay material suficientemente sabio para el guante que esa mano vestirá.

16
Cuando te vi supe al instante que ya no estabas allí. Tu desdén de los labios y tu gesto corporal hablaban del norte al que sueñas marchar. Cuando te retuve lo hice tan solo por beberme un instante más. El que recordaría por ser el último, aunque estuvieses ausente y mi canto fuese trivial.

17
Tirar los dados es un juego de riesgo, porque una vez que lo hayas hecho sabes que tendrás que tomar la decisión de continuar apostándolo todo al albur del azar o retirarte tomando partido y encontrar alguna vía alternativa a la cobardía del que no quiere “arriesgar”.

18
Labios violeta intenso, manos garrapiñadas, cabello congelado, quebrándose con el frío viento. Piernas agarrotadas, mejillas sonrosadas... y por verte... el corazón ardiendo!

19
No importa cuanto odies, nunca será suficiente, nunca llenarás la vasija de hiel lo bastante para justificar la sangre hirviente, la mirada herida, el alma perdida y la ligereza al andar que te conduce, ingrávida, por los laberintos del destino retorcido y el mal desear. No importa cuanto odies, solo importa, que por ti misma, con alquimia sanadora, en indiferencia lo puedas transmutar.

20
El amor propio es sabio perro callejero que aprende a correr y a ladrar a la vez, cuando de veras importa y cuando la necesidad le brota por las heridas dolidas. Éste amor aguza los sentidos y acompasa los latidos, despertando las alas dormidas que surgen de tus cenizas, no importando si eres ángel o demonio antes del inicial revés. El amor propio está encerrado en un cofre custodiado por pestañas lucero que ante las palabras mágicas iluminan con patrones imponentes lo que a su lado esté. Y cuando se encajan los mecanismos escondidos y el cofre se abre, con cada pestañear surgen patrones de luz sobre los  caminos que giran a alguna nueva libertad.

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