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Evidencia.

Eran tiempos que nadie recuerda. Entre gritos y tambores suben a un cansado hombre cuyos pies sangran; los escalones son altos y de bordes finos, como las hojas de una daga. El dia tiene la luz propia de un eclipse sin principio y sin final...
Algunos de los presentes saltan. Otros dejan ver sus ojos en blanco, como ciegos de jubilo, de placer rebosante.
Los sacerdotes deben llevar al hombre a la cima de su muerte.

Piden silencio. Se obedece.
Todos miran al cielo, ya no hay nubes.

Se quita una venda de los ojos de la ofrenda.

La venda húmeda de inevitables lágrimas revela, a esos ojos recien abiertos, el infinito cielo y a los verdugos próximos.
La muerte es la realidad del futuro, la sangre, el silencio...

El futuro se hace presente.

Un grito y varios resuenan en los oidos de todos los silenciados. El dolor ajeno es amor al mundo. La roja sangre es evidencia de que la vida, de la que el corazón ya se ha separado, fluye como el agua de lluvia sobre la tierra...
La sanguinea pausa es interrumpida por la caida del cuerpo vacio contra los escalones.
En la cima no ha quedado ni muerte ni la vida, sino otra cosa.

Comienza el baile antes de que todo sea tarde. Muchos rien y lloran...
Nadie enterrará al cádaver.

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