La ciudad real.
La ciudad se hallaba bajo el peso del cielo gris.
Entre todas las infinitas casas, en una ocurría algo particular.
Dos personas comenzaban a beber una lata de cerveza, una de ellas, de pelo largo, se ponía a bailar una canción inolvidable.
La otra persona, de pelo corto, con la cerveza transpirando en su mano, se sentaba viendo el espectáculo y tanto sus ojos
como sus oidos, se confundían en el vaivén del cuerpo y de los profundos sonidos.
El baile era singular: un aleteo de manos y un zapateo descoordinado a conciencia para que la cerveza no se volcara. La pausa a cada rato para beber.
La fascinación de estatua al observar los detalles.
El instante propicio precipitándose al precipicio del sentimiento poético.
Era todo el inicio de un poema.
El poema no decia nada, no se explicaba.
El poema era parecido a un sueño mientras transcurre.
Un solo hecho ajeno, un despertar, interrumpiría el poema para siempre. Un mal movimiento y ese líquido se volcaría al suelo,
un paso falso en el baile,
un paso falso en el baile arruinaría al baile mismo,
la canción aun seguía sonando,
agregándose al ritmo son la sutileza del agua, la lluvia comenzaba a caer en potenciaciones sobre el tejado.
Las personas se miraban a los ojos...
Dejó la cerveza sobre la mesa,
se levantó,
bailó,
olvidó,
besó,
amó,
abrazó,
siguió el ritmo de esa canción inolvidable bajo ese cielo inolvidable sobre esa casa inolvidable y confundió su lugar en el mundo,
confundieron su lugar en el mundo,
el mundo los perdió en las infinitas casas que se extendían a todas partes,
pero el tiempo,
el enemigo y el amigo,
tendría que cerrar el regalo,
comenzarlo y terminarlo,
desconfundirlos,
realizarlos,
ayudarlos a tomar conciencia de que la canción llegaba a su fin,
de que estaban borrachos,
de que eran personas,
que afuera la lluvia era una tormenta
y que ninguno de los dos trajo el paraguas,
y que era el final del poema y no podían evitarlo...
