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Un sueño que tuve anoche

Entre una gran multitud
que iba hacia todos lados,
como un gran hormiguero al que se le ha echado agua
(una estación de tren en la hora del embarque),
la veía, tras las personas y muy a los lejos,
sentada moviendo sus labios...
Decía algo,
indudablemente,
e indudablemente yo no escuchaba;
las personas pasaban velozmente.
Un hombre cruzó hablando tan fuertemente que sentí lo que dijo en mi oido:
“¡voy a llegar tarde!”;
otras personas iban insultando quién sabe a quien;
otras me miraban y me decian “te odio”, y yo pensaba:
“esta bien, yo no los odio... pero no me dejan avanzar”;
quería ir a sentarme a ese lugar donde ella, la susurrante,
se sentaba—y ahora veía una rosa sobre su mano,
una sonrisa sobre su rostro,
yo andaba sin regalo, triste o melancolico, y cansado.
 
Empuje a las personas más cercanas,
pero éstas al ser empujadas me devolvian el empuje:
pronto la multitud me llevo al extremo de su discurrir,
así como en los ríos el cauce puede llevar a la orilla.
 
Dije con desesperación al primero que me cruzó: “¿Me dejarías pasar, por favor?”
y aunque suene increible, tuve que hablar con muchos para que lo hicieran:
poco a poco, entre sonidos odiosos y horribles miradas, llegue a su lado...
Ella me dijo te amo, siempre lo he dicho, siempre lo diré,
te amo como te amas...
 
Sin un rastro de ansiedad me senté, por fin,
a su lado.
Todo el mundo se detuvo a vernos.

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