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Vals de aniversario

Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,  
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo,  
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,
 
si no es esta ligera sensación  
de irrealidad. Algo como el verano  
en casa de mis padres, hace tiempo,  
como viajes en tren por la noche. Te llamo
 
para decir que no te digo nada  
que tú ya no conozcas, o si acaso  
para besarte vagamente  
los mismos labios.
 
Has dejado el balcón.  
Ha oscurecido el cuarto  
mientras que nos miramos tiernamente,
incómodos de no sentir el peso de tres años.
 
Todo es igual, parece  
que no fue ayer. Y este sabor nostálgico,  
que los silencios ponen en la boca,  
posiblemente induce a equivocarnos
 
en nuestros sentimientos. Pero no  
sin alguna reserva, porque por debajo  
algo tira más fuerte y es (para decirlo  
quizá de un modo menos inexacto)  
difícil recordar que nos queremos,  
si no es con cierta imprecisión, y el sábado,  
que es hoy, queda tan cerca  
de ayer a última hora y de pasado
 
mañana
por la mañana...
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