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La vida y la muerte

La tierra, ya labrada, renegrea
En el que ayer no más fué fresco prado;
Y si el viento la orea,
En lugar del aroma delicado
Del trébol, del poleo y de las flores
Que perfumaba el aura, ya la inundan
Del suelo humedecido acres vapores.
Tallos, y flores y hojas,
Que de aire y sol vivían,
Ajados y marchitos desfallecen
Debajo de la tierra; las raíces,
Que en vano al sol y al viento piden jugos,
Se secan y perecen.
 
Pueblos sin fin de tenues insectillos
El intrincado césped habitaban,
Para ellos selva inmensa
Con monte y misteriosas soledades,
Do hallaban á contento
La sombra regalada y el sustento,
Grutas repuestas, lóbrego ramaje
A que confiar los gérmenes fecundos
Que eran el porvenir de su linaje.
 
¡Mas, ay de aquellas tristes criaturas
Si á sentir y á penar fueron nacidas
Como el humano sér y como él sienten!
¿Y quién puede saberlo? No se miden
 
El gozo ni el dolor ni afecto alguno
Midiendo el corazón en que se aniden:
Átomo es breve el corazón del hombre
Y tan sólo le colma lo infinito.
¡Ay, ay de aquellos acuitados seres!
Cuál no será su espanto
Cuando cerca retumba
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