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Cepillarse los dientes

Juan José Pérez Pliego
Marzo 2018

Incisivos, caninos, premolares y molares. Todos se alinean, todos se alistan, esperan jubilosos que llegue. Que llegue tres veces por día, si no, por lo menos dos. La refrescancia. La maravillosa y deseada refrescancia. Que asombrosa y maravillosa sensación!!!

Aunque, a ciencia cierta, la palabra “refrescancia” no existe dentro del Diccionario de la Lengua Española (al que antes llamábamos de la RAE, pero que ahora se forma con el acuerdo de la Asociación de Academias de la Lengua Española), esa misma refrescancia inexistente qué bien se siente dentro de esa oquedad habitada por dientes, todos formaditos, todos arreglados dentro de cuatro cuadrantes....dos arriba, dos abajo....dos derechos, dos izquierdos.

Treinta y dos habitantes en cuatro cuadrantes....todos bien zonificados. Todos esperando el momento oportuno, ese instante ideal para intimar, personal y momentáneamente, con el cepillo dental y sus cerdas de diseñador, para degustar los exóticos sabores del enjuage y sus magníficos colores, y de frotarse, sí, frotarse y restregarse con el hilo dental encerado y saborizado.

¿Será que lo anteriormente descrito no suscita, equivale y provoca refrescancia? ¿Será acaso posible sentir y experimentar lo que provoca la carga de significado de una palabra que no existe?

Cada boca, por lo menos en este mundo, tiene treinta y dos testigos, dispuestos a testificar, a mostrar, a demostrar, sin importar los límites a que habrá que llegar, o los obstáculos que se tendrán que superar, que la refrescancia es una carácterística subyacente del cepillado dental, algo que emerge en el simple hecho.....algo, como se diría filosóficamente, en sí por sí mismo.

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