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Cajeros automáticos

Cajeros automáticos
solo para pobres.
No entregan dinero,
sino sueños.
Sueños para ir tirando un día más
una noche más a la intemperie
durmiendo en un portal o en una obra
orinando al pie del arbolito de la acera
a la puerta de una iglesia de ciudad.
Iglesias asépticas sin confesionarios
donde dejar esos estorbos del alma.
La gente ya no tiene tentaciones,
peca sin más. Tampoco se arrepienten.
Los pobres ya no piden,
están ahí,
son parte del paisaje del bienestar,
molestos recuerdos,
presencias insolentes,
gárgolas anacrónicas,
espejos que reflejan
la cotidiana indiferencia.
Pueden jugar a la bonoloto
y soñar que dejan de ser pobres.
Solo la luna los mira sin desprecio
y les regala algunas noches
de luz blanca.

Libro: Mi cama es una balsa a la deriva
Autor: Juan Julio Alfaya Fernández
Registrado en el Registro de la Propiedad
Intelectual de la Xunta de Galicia.

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