Luis Barreda Morán

El Payaso

El Payaso
 
Bajo una carpa de colores vivos,
con su nariz roja y zapatos torcidos,
camina el payaso de risa fingida,
mientras esconde lágrimas en sus suspiros.
 
Su traje brillante, de lunares dorados,
no logra ocultar sus secretos guardados;
al público alegra con saltos y abrazos,
mas nadie le escucha cuando está llorando.
 
Su nariz roja, cual fruto encendido,
y sus zapatos que tropiezan siempre,
mientras el público, con risa atento,
ignora el peso que su pecho siente.
 
Los niños sonríen al ver sus piruetas,
ignoran que arrastra cadenas secretas;
su alma se agrieta, su pecho se quema,
pero en cada show regala risas convertidas
en poemas.
 
“¡Qué gracia tan grande!”, grita la gente,
sin ver que su alma navega en la corriente
de un río de espinas, de noches sin calma,
donde el payaso se ahoga en su calvario.
 
De día reparte canciones y juegos,
de noche se encierra, desarma sus sueños;
su máscara cuelga, rota en el espejo,
y mira al vacío con ojos de esqueleto.
 
Un día, en un pueblo de calles vacías,
llegó al hospital donde el dolor vibraba;
niños pálidos gritan: “¡Queremos su risa!”,
y él, con sus trucos, la pena borraba.
 
Los médicos, serios, no daban crédito:
¿Cómo ese loco traía tanto alivio?
Mientras los pequeños reían felices,
él en un rincón lloraba sin ruido.
 
Al caer la noche, un anciano le espera:
“Tu risa es un bálsamo, noble quimera.
¿Sabes quién soy yo? Soy quien te observaba...
Dios te dio una estrella, y con ella viajes.”
 
El payaso escucha, su pecho se enciende,
y aunque el camino al final se le pierde,
sabe que un día, cuando el telón baje,
su risa será polvo, humo o leyenda.
 
Mas sigue bailando, cual títere trágico,
marcando su paso hacia un fin preestablecido;
mientras más sonríe, más hondo es el abismo,
y el mundo lo olvida... solo queda el misterio.
 
Así va la vida del bufón de la luna,
que en cada función se deshoja como una
flor marchitada por soles ajenos.
Payaso sin nombre... eterno, pequeño.
 
Y cuando la carpa se lleve el destino,
no habrá ni una tumba, ni un verso, ni un lirio;
solo quedará, en algún susurro,
la risa que un día calmó los delirios.
 
Porque el payaso no pide memoria,
ni flores, ni aplausos, ni una victoria;
solo que su risa, aunque sea mentira,
alivie un instante la noche más fría.
 
—Luis Barreda/LAB

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