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La conversación infinita

Te pregunté cómo creías que es el cielo, si es que existiera un cielo, o el paraíso o como quieras decirle a eso, y te dije que no hay que creer en el cielo para imaginárselo, porque está bueno tener como una intuición de que puede haber algo más, aunque no haya nada. Está bueno pensar que puede existir la perfección, aunque nunca la conozcamos. Me respondiste que no creías en el cielo, es cierto, pero que tampoco habías pasado tanto tiempo imaginándolo. Según vos, y esto me sorprendió, porque pareció que lo pensaste ahí, en ese momento, (aunque quizás lo intuías de antes), según vos, digo, el cielo era como esta vida, pero con recursos infinitos, sin preocupaciones, sin trabajo, sin nada que nos obligue a elegir esta vida. Pero me dijiste que tampoco era como ser un dios en un mundo perfecto, sino algo más parecido a vivir esta vida como ya la vivimos todos los días, con muchas de nuestras limitaciones, pero sin esas limitaciones que nos impiden vivir.
Te dije que era una buena respuesta, porque en serio es bastante buena, y nunca se me hubiera ocurrido a mí. Y entonces me preguntaste cómo imagino yo el cielo. Había estado esperando que me preguntaras eso, porque te tiré esa pregunta para responderme a mí mismo lo que había estado pensando últimamente en esa época (cómo sería el cielo), y porque está bueno hablar con alguien de algo que pensaste y tener descubrimientos inesperados, como revelaciones, a medida que avanza la conversación. Entonces yo creía que el cielo podría ser como una sala de espera, una sala muy cómoda, en la que estás con gente nueva e interesante todo el tiempo, gente que no esperarías encontrar, y hacemos lo único que se podría hacer en un lugar así con desconocidos, en un plano en el que el tiempo es infinito, eterno, en una situación así, te dije, hablaríamos. Tendríamos una conversación infinita, hablar y hablar y hablar, para siempre. El cielo, te dije, era no saber para dónde podía ir esa conversación infinita. Y me respondiste que nunca se te hubiera ocurrido. Pero te confesé que no era una idea espontánea, porque hacía bastante tiempo que venía pensando en eso, y me comía la cabeza ese libro de Blanchot, que debe tener uno de los mejores títulos que existen, porque, con solo imaginar lo que propone, no dan ganas de leer lo demás para no romper las expectativas que uno se crea. Y ahí me tiraste esa pregunta que todavía me hace eco cuando pienso en la posible existencia del cielo, (por suerte, cada vez con menos frecuencia). Me preguntaste “¿pero de qué hablarían si solo viven para hablar?”. Y ahora creo que prefiero tu idea, pero no sé.

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