En octubre murió la veintena
de un joven amor, dulce y fugaz,
Por testigo la luna se apena,
de nuestra desdicha poco sagaz.
No menguó nuestra torpe locura,
ni la emoción que embriagó el corazón,
pero en la sombra quedó la ternura,
y en la distancia, mi resignación.
No me voy porque haya querido,
sino porque juré cuidar de ti,
y si mi amor se ha vuelto un castigo,
debo marcharme, debo partir.
Si me alejo, no pienses, amado,
que en mi partida te quise olvidar,
pues sigo atada a lo que has dejado,
sigo soñando con verte llegar.
Luna de octubre, dile en la brisa
que en cada noche le esperaré,
que aunque mi adiós parezca ceniza,
mi amor pervive y suya siempre seré.