A Francisco Iglesias
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Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran,
La tarde equivocada se vistió de frío. Detrás de los cristales, turbios, todos los niños, ven convertirse en pájaros
La señorita del abanico, va por el puente del fresco río. Los caballeros
Altas torres. Largos ríos. Hada Toma el anillo de bodas que llevaron tus abuelos.
No te lleves tu recuerdo. Déjalo solo en mi pecho, temblor de blanco cerezo en el martirio de Enero. Me separa de los muertos
En la mañana verde, quería ser corazón. Corazón. Y en la tarde madura quería ser ruiseñor.
Por las ramas del laurel vi dos palomas oscuras. La una era el sol, la otra la luna. «Vecinita», les dije,
Tres moricas me enamoran en Jaén: Axa y Fátima y Marién. Tres moricas tan garridas iban a coger olivas,
Los mozos de Monleón se fueron a arar temprano, ay, ay, para ir a la corrida, y remudar con despacio,
¡Ay, petenera gitana! ¡Yayay petenera! Tu entierro no tuvo niñas buenas. Niñas que le dan a Cristo muerto
El magnífico sauce de la lluvia, caía. ¡Oh la luna redonda sobre las ramas blancas!
El grito deja en el viento una sombra de ciprés. (Dejadme en este campo, llorando). Todo se ha roto en el mundo.
Lámparas de cristal y espejos verdes. Sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación
La sombra de mi alma Huye por un ocaso de alfabetos, Niebla de libros Y palabras. ¡La sombra de mi alma!
Las alegres fiebres huyeron a las… y el judío empujó la verja con el… de la lechuga. Los niños de Cristo dormían, y el agua era una paloma,