A Carlos Morla Vicuña
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Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne,
Juan Breva tenía cuerpo de gigante y voz de niña. Nada como su trino. Era la misma
Se ven desde las barandas, por el monte, monte, monte, mulos y sombras de mulos cargados de girasoles. Sus ojos en las umbrías
Cayó una hoja y dos y tres. Por la luna nadaba un pez. El agua duerme una hora
Por una vereda venía Don Pedro. ¡Ay cómo lloraba el caballero! Montado en un ágil
Caña de voz y gesto, una vez y otra vez tiembla sin esperanza en el aire de ayer. La niña suspirando
Narciso. Tu olor. Y el fondo del río. Quiero quedarme a tu vera. Flor del amor.
Sin encontrarse. Viajero por su propio torso blanco… Así iba el aire. Pronto se vio que la luna era una calavera de caballo
La muchacha dorada se bañaba en el agua y el agua se doraba. Las algas y las ramas en sombra la asombraban
La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra
Sobre el monte pelado un calvario. Agua clara y olivos centenarios. Por las callejas
Dulce chopo, Dulce chopo, Te has puesto De oro. Ayer estabas verde,
Bajo el Moisés del incienso, adormecida. Ojos de toro te miraban. Tu rosario llovía. Con ese traje de profunda seda,
La guitarra, hace llorar a los sueños. El sollozo de las almas perdidas, se escapa por su boca
Mi niña se fue a la mar, a contar olas y chinas, pero se encontró, de pronto, con el río de Sevilla. Entre adelfas y campanas