A Regino Sainz de la Maza
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Un bello niño de junco, anchos hombros, fino talle, piel de nocturna manzana, boca triste y ojos grandes, nervio de plata caliente,
¡Fita aquel branco galán, olla seu transido corpo! É a lúa que baila na Quintana dos mortos. Fita seu corpo transido,
Ya se ha abierto la flor de la aurora. (¿Recuerdas el fondo de la tarde?) El nardo de la luna
Los laberintos que crea el tiempo, se desvanecen. (Sólo queda el desierto.)
En el gris, el pájaro Griffón se vestía de gris. Y la niña Kikirikí perdía su blancor
Hay una raíz amarga y un mundo de mil terrazas. Ni la mano más pequeña quiebra la puerta de agua. ¿Dónde vas? ¿adónde? ¿dónde?
¡Ay qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero.
Sin encontrarse. Viajero por su propio torso blanco… Así iba el aire. Pronto se vio que la luna era una calavera de caballo
Quiero llorar mi pena y te lo digo para que tú me quieras y me llores en un anochecer de ruiseñores, con un puñal, con besos y contigo. Quiero matar al único testigo
En la mañana verde, quería ser corazón. Corazón. Y en la tarde madura quería ser ruiseñor.
Lo llevan puesto en mi sábana mis adelfas y mi palma. Día veintisiete de agosto con un cuchillito de oro. La cruz. ¡Y vamos andando!
La canción, que nunca diré, se ha dormido en mis labios. La canción, que nunca diré.
Tres moricas me enamoran en Jaén: Axa y Fátima y Marién. Tres moricas tan garridas iban a coger olivas,
Aquel rubio de Albacete vino madre, y me miró ¡no lo puedo mirar yo! Aquel rubio de los trigos hijo de la verde aurora,
Los arqueros oscuros a Sevilla se acercan. Guadalquivir abierto. Anchos sombreros grises, largas capas lentas.