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Escucho a Bach
consciente de que esa piel que te envuelve
es la misma que ahora me circunda
que me llena de lirios navegantes,
porque no somos dos
sino algo que se cumple solemnemente en una flor.
Somos una cadencia, un aria triste,
un aire que se empapa con los mares del sur,
algo que va despacio y va de prisa
sin reclinarse en las espumas
ni en los lechos de seda.
Me alimento con los acordes de Bach,
mientras la radio y el periódico
me miran celosos de tu lejana cercanía.
Penetro en Bach
ahora voy a probar
que soy mandinga
ahora voy a cerrar
sabiendo que te oprimen asimétricamente
las volubles tormentas atmosféricas.
Rasgo sin ímpetu mis vestiduras
para que sus veinticuatro hijos
me revelen los secretos de la fertilidad,
que me digan que hacer con tus prolíficas miradas
por donde los abismos de los moros
cabalísticamente se proyectan.
Y entonces voy furtivamente
por esos laberintos empapados de whisky
regados por sudores de Marbella,
por orgasmos de Rodas,
para regresar con el alma cabalgando en la armonía
de las cuerdas de sol.

(2003)

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