Grandilocuente era su forma de expresarse.
ampuloso en ademanes,
tierno y complaciente.
un verdadero bon vivant, decía la gente,
un espantapájaro del mal.
Y un día sin mediar palabra, cambió de tino
se volvió tosco y huraño,
criticón, quejoso, hasta ermitaño,
su nariz olía feas cosas,
hasta arrancó del jardín aquellas rosas,
las mismas que plantara con sus manos.
Y la tristeza invadió su casa, llegó hasta el alma,
contento se puso el enojo permanente,
el cínico,el moralista, el penitente,
los que criticaban su sonrisa,
los que a la felicidad la banalizan,
y la acusan de vulgar e intrascendente.
Y al perder de esta manera su Don de gente,
la capacidad de contagiar a los demás,
el optimismo, la esperanza, la bondad,
la esencia que destila bonomía,
este hombre, enamorado de la vida,
se fue...porque dejó suspirar.