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Baldosas

Debajo de las quietas baldosas
crecen otras montañas
y estallan las aguas sagradas
que lombrices y pájaros
alcanzan a beber.
Nada hay de silencio
en los aires que traspasan
el jardín: cada rosal
se hiere con espina propia
cada raíz desterrada
se cierra hacia sí misma
cada hoja se absorbe
con su pulmón de fuego verde.
El polvo de ahora
se trepa a otro oscurecido polvo
que proyecta sus penetraciones:
pieles telas láminas
de intocado grosor.
Todo se mueve así:
mínimas sombras destruyéndose
en la verticalidad de la luz
cifras sin imagen
de patas que susurran
tensas antenas aplicadas
al hervor que sale de la tierra.
Las quietas baldosas se afirman
en la perfección de sus fronteras.
Y la escoba de pronto
desplaza pequeños basurales
corrupciones amarillas
jugos gastados ínfimos cadáveres
que entregan su chillido final.

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