Vicky Fernandez

Maullido

 
Ojos de loba...
¿quieres saber dónde caí?
 
Me salté la estación
el día que vi
que sus ojos eran afilados.
Le hacían una mirada atípica,
te fulminaba en segundos,
rasgados,
semiabiertos,
(llámalo como quieras)
azules,
—como sus jeans—
rodeaba el Índico con sus ojos.
 
La paz del mar invadiendo una mirada:
¿cómo podemos ahorrarnos este vaivén?
 
Ese maravilloso poder de ponerte tierna,
y ponerte,
en lo que dura uno de sus pestañeos,
mientras te obsequia a ritmo de crucero
por vuestra historia.
 
Ella no sabía quién era yo
y realmente yo no sabía nada de ella,
pero era capaz de hacerme revivir
al clavarme las pupilas,
y también de arañarme todas las expectativas
al no hacerlo.
 
Repito, no nos conocíamos.
 
Sólo conocía lo que me había intentado decir
en las dos flechas que me había tirado.
 
Quizás era eso lo que lo hacía tan mágico,
un juego de universos oculares,
con una carta en blanco en el iris,
era tan felina,
tan azul,
tan cálida
que no sabía más de ella,
sólo lo fuerte que me observaba
mientras yo remoloneaba entre sus piernas,
y lo alto que me llevaban sus gestos.
 
Puede que mañana la vea
y vuelva a montarme en su vaivén,
me lleve al quinto cielo en una mirada,
o,
que volvamos a desconocernos,
o,
a revivir,
o puede que no la vea más,
y sólo haya sido un ruido,
no sé
ya irá maullando.

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