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Soliloquio de un Sentimiento

NOUS VOIS

Vos no sé qué idea tengás de mí, quizá me ves como una llave auxiliar, como la que se suele poner generalmente debajo de las macetas más pesadas, con el fin de que no vayan a identificar el lugar los ladrones, me pregunto si sentirás miedo de esos ladrones, de que insospechadamente una noche en que la casa está sola, descubran mi presencia en el pino que adorna el fondo del jardín. En ese caso, si pensaras de esa manera, para mi sería una suerte de descubierta, una suerte de lugar, de cuenta número punto uno, no importa, significaría que me encuentras de alguna manera, para ti. Yo en cambio nos veo, ahí radica la diferencia, para mi hay un os, nosotros, tenemos, hacemos, gustamos, buscamos, pero no existe en la realidad, aunque si en mi mente, en la realidad es otro el rio que n o s recorre, tu sabes como solemos hablar rutinariamente, distanciados, crepusculares, cada uno en lo suyo, sabemos lo esencial del otro y ¿qué más? ¿qué mas es necesario? Bueno, pueda que solo para mi exista como un deseo malicioso de declararme quizá desesperada, con toda la fuerza de la voz mediante un grito en tu cara, para que lo notes, para que limpies el susto con la mano que pusiste en mi pierna aquel día en que decidimos mutuamente escaparnos, intentando averiguar qué carajos había, descubriendo, que no había nada, o bueno, que probablemente el anillo de la abuela se había caído en el desagüe, pero que ella no lo iba a preguntar ya y que no era valioso, que qué más daba dejarlo ahí. Y lo dejamos ahí, aunque quizá el salvavidas lo apuñalé yo ese mes de julio, en que lo lanzaste con penosa inquietud diciendo simplemente, “yo si nos veo” y ahí empezó para mí, concluyendo como un fracaso pudiente para ti. Cuando te vi, con tus cabellos negros, en aquél sol terrible, sentía una naturalidad, una confianza de amigos incansables, y que no imaginas, que te presencié en un momento, quedándome paralizada con la cara ida y la mirada prodigiosa de quien ve una aparición, te vi a vos medio recostado a la puerta blanca de vidrio de la cocina, mirando hacia afuera al árbol que sembramos cinco años atrás en una tierra francesa, donde el calor era necesario y amable, estabas sin camiseta, tenías en la pantaloneta el trasero medio sucio, y yo te iba a llevar café, llamándote por ese segundo nombre con el que jamás he de llamarte, ne marche pas avec les pieds sales, j’ai juste balayé, pero en fin, que tantas palabras para decir qué cosa, que te me escapas en medio de los cabellos que no paran de pensar en ti cuando el aparato hace ese ruido de radiador, cuando tecleo incansablemente por las tardes y se me ocurre mirar el par de montañas gloriosas por donde muere el sol con su jubiloso séquito de colores.

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