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El relicario del pescador

Hay cuervos en el puerto. Esperan con paciencia la llegada de los marineros que traen el cuerpo muerto del pescador. Murió hoy de madrugada, al apagarse las estrellas. Llevaba en su cuello un relicario de recuerdos. Adentro también llevaba, cuentan las malas lenguas, la foto de su amada. Murió de frío o murió de amor. Murió de sueños sombríos. No pudo vencer al rival. Soñaba tanto con ello. El pescador era bueno. Ella también lo amaba; al menos eso le dijo. Dicen también las lenguas que en una noche de marzo la mujer llamó al pescador y le dijo “Amor mío”, –aunque tal vez no sentía nada– “no me dejes nunca, te necesito más que a él”. El pescador llenó su barca de cantos y de ilusiones, y entre molinos de viento  e invisibles monstruos marinos, lanzó sus redes al mar. Era una noche de abril, era una noche de luna, y se escuchaba a lo lejos el aleteo de las gaviotas. Amaneció y el pescador estaba muerto. Se había roto el hechizo, se había acabado el encanto. En medio del mar había una  luna de miel. Hoy lo hemos visto llegar. Tiene en sus ojos abiertos la tristeza de un niño. Entre sus manos aprieta, no lo ha querido soltar, el relicario vacío.

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