The bitter draught, by Adriaen Brouwer
Abish Zepol

Sueños

Cuento corto

El insomnio no lo ha dejado dormir. Ya pasaron 5 días y la misma pesadilla lo mantiene despierto. Esa en donde no puede escapar de su soledad, en la que llega al mismo lugar y camina en círculos, donde se asfixia sin morir y se siente profundamente triste.
Federico Hans era un gran músico, lleno de esperanza y plenitud. Pero todas las decisiones erróneas del pasado le dejaron cicatrices que hoy no ha podido superar y sigue sin perdonar. Como sus vicios, sus malas decisiones y excusas baratas.
—Ya no queda nada, estoy acabado—
Este fue el primer pensamiento de Federico por la mañana. Una noche más sin dormir.
Su vida se ha envuelto en soledad y monotonía; sentarse sobre la misma silla y tomar el mismo café sin azúcar de la mañana que supone ayudarle a emocionarse poquito más por la jornada o a olvidarse del alcohol. El periódico encabezado por suicidios, asesinatos e injusticias. La mala cara que se carga al mirarse frente al espejo, le llenan la cabeza de pensamientos depresivos.
Ese día, al salir de casa se percató de algo inusual, el cielo estaba despejado y el clima había cambiado. Pero eso no lo ayudó a despejarse de su tristeza, de su corazón vacío y de su amargura crónica que lo podría hasta los dientes.
Caminó varias cuadras hacia la avenida principal, el ruido de la ciudad lo ensimismaba en ansiedad, en las ganas de escapar. De repente vio algo brillar, un espejismo, quizás.
No, es bellísima, es casi igual a su vieja guitarra.
Una cherry Dodge postrada en la vitrina de una tienda de antigüedades con cara de tócame, cómprame.
Hans se acerca a verla, pega su frente al vidrio que pronto se empaña por sus vapores nasales. Entonces la mira y se transporta al pasado. De aquellos momentos de gloria que dejó ir, que ya no son, y que eran mucho mejor de lo que es ahora; nada.
Entonces, sus ojos se llenan de agua y se va.
Vuelve a casa, con la cabeza baja y, sin más, se encierra en sus pensamientos, en su vida.
A la mañana siguiente la casa de Federico emite una ola de depresión y melancolía.
Fui yo quien insistió tanto en la puerta sin obtener respuesta. Y también quien llamó a las autoridades al sentir preocupación.
Entonces, ahí estaba Federico, su café amargo y frío, el periódico triste con crucigramas incompletos, la silla rota y su cuerpo colgado sobre la mesa, inerte.

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