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G.B.

Si uno es el hombre para la circunstancia
—¿eh, viejo pugilista,
cabeza de pájaro rapado?-,
puede lográrselo:
perseverar
en contradicciones, juntar
lo incompatible,
y con porciones
de cantos banales, referencias
a vaivenes afectivos, guías turísticas,
flores sobre una mesa, pormenores de chistes,
hacer que la consecuencia sean poemas:
lo diurno
y público asociándose a lo secreto,
arduo de soportar,
como en tu voz, abierta
a tristes generalidades, certificados
de defunción para desconocidos, municipales
servicios de venéreas,
y hacia la noche, trajinando
por la incertidumbre de lo real,
que auscultas en frío, musicalmente
mantenida en frío pues debe
enfriar la idea,
y aun enfriarse
tanto que cualquier anhelo de unidad,
de negativa a distinguir qué tenemos
de figuras dobles, esfinges, centauros, cinocéfalos,
se desvanezca por quimérico:
lo real ha de asirse
como una nada que vemos
y otra que no está ante nosotros.
 
 
Si se es el hombre indicado, precisamente,
cuando siéndolo no lo sea hay y aquí
porque adivina que su círculo se acaba
con él, se cierra con él mismo,
y no se admitirá
como dueño sino de melancolías, furia de realizar,
titubeos.
y sin repugnancia
ni adhesión par lo que produce;
 
precisamente, ¿eh, rapiñador
advertido de que no hay más que momentos:
fugaces los éxtasis, arias
la dicha y la perdición?,
como lo fijaste hallando
la expresión en una autopsia,
ratas jóvenes debajo del diafragma,
a la vez que discurrías de quitarte
del medio en verano, cuando lo diáfano reina.
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