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Sin final

que carrera sin final, el trago de fe que sacea la sed de este afán se vuelve un desdoble, un viaje en la mente, una línea recta de ilusión. De solo ver como se deja a un lado la carretera y el pasado se convierte en lo que hoy quisieramos ser, volver, navegar sin remo, flotando a Merced de los recuerdos, de los olores y los deseos de un momento no vivido, reflejos de paz y los sueños rodando a par con los pasos de la infancia que no daban tregua, que nos encaminaban como el sol de la mañana a terminar viendo las ojas caer, como los visos de ilusion en nuestros ojos y las ansias de ese brillo, que se volvían notas agudas de guitarra en los deja vu que nos hacian creer que repetiamos la felicidad y que no había fin a los ratos de brincos donde rogabamos detener el tiempo, y no avanzar al momento donde la compañía se volvía solo mirarnos al espejo, abrazar la almohada y partir a esas nubes blancas donde nos encontrabamos con lo que el reloj nos había arrebatado de la lista de quehaceres. Nunca era el momento, como si cada acción fuera independiente y estuviera destinada a que nuestros aprendizajes no pararán y las piedras en el camino fueran notas con frases que hasta hoy no utilizamos, pero cargamos y no soltamos, y apoyamos nuestros males a esa creencia, a pensar que el día que comprendamos esos mensajes todo va a ser luz, no sabiendo que era ese el instante y que sin regresar, solo teniéndolo en la memoria, iba a ser nuestro bastón para subir el siguiente escalón!

Alejandro Munera roldan




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