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TRANSBORDO

Agotadas las palabras, el viaje se volvió un silencio entre dos. Quedó el sonido de las ruedas veloces en los rieles, discreto, mezcla de la fricción de goma y metal. El hastío de los pasajeros absortos en sus propios asuntos, los convertía en testigos indiferentes a este drama sin importancia.

–Me bajo en la siguiente estación. Dijiste. Yo asentí, fingiéndome un histrión en su papel de orgullo.

Cuando bajaste del tren y este partía conmigo a cuestas, alcancé a mirarte en dirección hacia el transbordo. Cambiabas de ruta, de color en la línea del metro, ibas hacia otro andén y hacia otra vida.

Todavía me sentí unido a ti varios minutos, un vínculo que se estiraba forzando el ligamento por la maraña de túneles que nos llevaban en distintas direcciones. Esperé con los ojos cerrados el sonido seco de fractura en nuestro débil lazo; podría empezar a sentirme desolado y libre después de esa señal de dolor insoportable. El inminente rompimiento se anticipaba ya con el rechinido de las fibras que empezaban a ceder a medida que nos alejábamos uno del otro. Apreté los dientes para aguantar el desgarramiento del alma y esas cosas.

"¡¡¡EXPLÍCAME POR QUÉ RAZÓN NO ME MIRAS A LA CARAAAAA!!!” “–¡Llévelo llévelo bara baraaa!” El bocinero irreverente, con su estruendo a la espalda, abriéndose paso entre los pasajeros molestos por el sobresalto, me impidió detectar el momento exacto en que nos separábamos. No pude escuchar ni mis propios pensamientos, confundido igual que todos por un personaje que por decreto gubernamental ya no existe entre los laberintos subterráneos.

Bajé aturdido arrastrando mis girones de nostalgia hacia el bullicio de la realidad que me golpeó la cara con su polución en forma de brisa en la estación Coyoacán.

(2014)

Poco más o menos así sucedieron las cosas.

#Subterraneo #TrenRompimiento #Vagonero

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