En el arcón de los sueños
cabalga un Pegaso;
sus crines parecen zurcidas
con bronce y con fuego,
con manos de seda,
y sus ojos violáceos
semejan el crespón del ocaso.
Una luz blanca en el centro
de su lomo, parece,
el declive de una nube
que hundiera sus tentáculos
para amordazar al Pegaso.
Cabalga el Pegaso muy triste
porque un arquero del hado
flechó su sienes doradas
con grises
y envenenó su cuerpo, tan bello,
con cemento y con mármol.
Hoy, en la plaza de mi barrio
el Pegaso cabalga contento,
llevando en sus lomos
a niños felices
a treinta centavos la vuelta
en el carrusel de la plaza.
(El carrusel que coronó mi infancia)