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¡Doce! Muérete tú

©Un Relato de Proyecto Malagracia. ©
Prohibida su reproducción ©

—¡Doce! ¡Doce almuerzos se come ese hombre al año! Uno por mes.
Y si le preguntas, te responde que no le da hambre...
Le comentaba el señor que pedaleaba un horno ambulante a otro hombre descalzo que solo lo escuchaba mientras andaban al par.
El fuego que recorría las calles ornamentaba un ollón que además brillaba en demasía. Cuando lo destapaba manaba un aroma a maíz cocinado con fécula y leche que me recuerda a mi madre. No pasó mucho hasta que llegó a mi ventana y por costumbre suya; se asomó y gritó como si estuviese preguntando por una persona «¿Peto?», y «¡Ya va!» respondían mis primos en coro mientras hacían una hilera y se sentaban a esperar el peto todas las tardes antes de caer el sol.
Ese aroma era la construcción de un recuerdo; me enteré cuando fue mi madre quien me extendió el vaso rebosante que a penas podía sostener. Entonces la abracé ahí mismo, en cuanto se fue di el primer sorbo y hui a las casitas coloridas que se veían en la montaña.
En uno de esos cerros, el ápice está ocupado solo por una casa, que es blanca, amplia y tiene cierta historia que no abordaría aquí, ahora no.
Allí se alcanza a ver una cruz.

¿Qué pensó Jesús?
Si miro a mi alrededor y veo que todo parece estar en cierto orden, entonces me formulo; que mi familia se ha encausado en comparación a épocas distintas a mí, si quizá hice algo que formó el carácter de alguna persona, planté un árbol, salvé una gata que se llama Agatha o hice un desastre ambiental que concientizó a las masas... si hice feliz a mi madre y logré hacernos ver el mundo de una forma distinta...
Entonces mi misión está cumplía «¡Estoy hecho!»
Pero...
¿Y mis sueños?
¿Y si mi papel en este mundo es un personaje secundario que siempre lo devuelven donde la cenital no alumbra? ¿Y si sí? ¿Y si es esa mi misión? No pretendo ser tan egocéntrico como para pensar que mi madre, mi padre o mis abuelos no vinieron a este mundo a cumplir sus sueños también, y no entender que podría ser yo un comodín para animarlos u ocasionar un huracán con el aleteo de estas impasibles mariposas amarillas que no quiero sacar de mi estudio ni de mi imaginación.
Entonces me pregunto «¿Qué sintió Jesús?» si pensó quizás que su vida podría ir más allá de ese destino, que su madre, estaría desconsolada y que sus sueños no eran voluntad del Señor.
Porque no romantizo esa historia, se me hace complejo pensar en una persona que accede sin mayores dicotomías a la muerte, en una persona que abandona sin luchar... No lo creo y no lo comparto.

Creo en el silencio y en los ruidos, los adentro y los de afuera.
Creo en lo que se mueve que no logro percibir, en lo que se me escapa cuando creo tenerlo entre mis dedos, cuando creo saber. Creo en las lágrimas que, a torrenciales llantos, curan y me lavan la vida como a Jattin el alma.

Creo en mis sueños, los que quiero cumplir.
Doce te quedan por vivir.
Le pido cortésmente al dios de mi ruego que tome asiento, para hacerle una pregunta que a su hijo no puedo:
«¿Cómo se detiene a la muerte?»

Preferido o celebrado por...
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