Decía Bolaño que había perdido un país,
pero que había ganado un sueño.
En realidad, el sueño ya lo tenía.
Tenía un sueño y una incapacidad.
Cuando uno abandona su casa
habla de sueños y de posibilidades,
porque es más amargo
desplegar el mapa de las esclavitudes,
y tanto Bolaño como yo
estábamos condenados por una tierra
que no producía.
Es más fácil tropezar con un oasis
que cultivar un páramo de azufre,
y es tremendamente complicado
dejar atrás a tus padres
sin un sueño como excusa.
Yo había perdido, antes que un país,
una esperanza:
la ilusión de ver cómo emergía.
Y en esto tenía razón Bolaño,
que entonces uno araña,
y se pone el mono de trabajo,
y hace lo que sea
para qEue no quede en vano
el sacrificio
de ver envejecer a los tuyos.
Dios puso un halo
de esfuerzo en el deseo.
Han dejado de ladrar los perros.
Yo me marché con el sueño
de poder regresar a casa.