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La madriguera de las víboras

Me deleito al ver cómo
las víboras devoran a las aves.
Ellas tiñen sus ojos
del tono del paisaje
y aguardan veladas a la carne.
 
Las víboras son negras
como el porvenir, como la pólvora
(al menos en mi tierra)
y dentro de sus bocas
apabullan las sonrojadas sombras.
 
El sol vierte una noche
que deslumbra sobre sus luengas pieles;
con hierbas y con flores
embadurnan sus vientres
y así buscan la paz con las mujeres.
 
Miserables bestias
infinitamente bellas y humildes;
a veces su presencia
prescinde el escondite
y las pesco entre el toilet y el salitre.
 
Desempeñan conmigo
el dócil oficio de la ponzoña
y nos abriga el río
de las gélidas sombras
y la fatalidad de nuestras obras.
 
¡Oh sierpes! ¡Oh ensueños!
¿Quién, siendo hombre, sueña ser humilde aspid?
¿Solamente yo quiero
desdeñar lo baladí
y enroscarme en la calidez del cérvix?

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