, by Francisco Arnela
Angel Ramos

Cinco caprichos, cinco poemas

Cinco poemas que nacieron en el capricho de su autor.

—Todos somos víctimas en nuestro propio cuento—
 
De carmesí se tintaba el iceberg.
Y de lloros se bañaba el mar.
El pobre pingüino agonizante
yacía en sus alas ensangrentadas.
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
A calmar su hambre fue,
moviendo su colita nadó a gran profundidad.
La foca leopardo ansiosa partió,
tras ese irresistible olor de pingüino a cazar.
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
Lluvia amarga de alegría
brotaba de sus oscuros ojos.
El calor de la colonia derretía
el hielo del miedo y abandono.
Aquel pingüino feliz fue,
hasta que la ausencia de la familia
lo abofeteó sin piedad.
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
El mayor de sus hijos malherido lo miraba.
Con aires de orgullo, con aires de melancolía,
viendo a su padre regresar solo,
pues su foca madre había cedido
al paladar de las egoístas orcas
que no pensaron en su familia.
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
Había sobrevivido al ataque del leopardo,
pero no fue justa la que le dio la vida.
En su espalda oscura recibió directo a su corazón
la mortal apuñalada del perder a la familia.
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
Un padre, dos recién nacidos,
un hijo malherido y el hambre agobiando.
¡Qué drama padecía la familia!
¡Qué vergüenza vacilaba al padre
por haber perdido la presa querida!
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
Estaba muerto en vida,
rodeado de los suyos
y abandonado por el mundo.
Aquel pingüino se recuperó de las heridas,
pero su alma agonizaba de saber
cómo fue devorada toda su familia.
¿Por qué lo persigues desgracia?
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
La última cena brindada por su madre,
aquellos leopardos la recordaban
embriagados en la nostalgia.
Una familia de pingüinos,
para calmar el hambre de sus foquitas
fue lo que les entregó la leoparda,
antes de morir para saciar
el hambre de las orcas mellizas.
 
¿Y cuándo podrá reír?
¿Por qué no puede descansar?
 
 
 
 
—Inigualable—
 
Inigualable tus labios
adornados en pizpiretas rosas.
Inigualable la dicha de mis ojos
al apreciar tu cabello
tallado en azucenas.
Inigualable el encanto
de los tulipanes negros
de tus pupilas.
Inigualable la dulzura
de las margaritas
de tus mejillas.
Inigualable la pureza
del amor que hay
en este corazón latente.
 
 
 
 
—Cristalina agua—
 
El amor me llena de vida.
Cristalina agua que hace florecer
el valle solitario escondido en mi pecho.
Las ruinas del pasado, hoy ardiendo.
 
Como ave rescatando a su polluelo,
como colibrí gozando del néctar
de las flores más coloridas
en el campo más puro y sereno.
 
Maravillas que atrapan mi cuerpo,
luz de luna que enciende mi cielo.
Agua que baña coqueta
el desierto seco de mis recuerdos.
 
 
 
 
—Copos de nostalgia—
 
Los duros puños del viento helado;
nubes llorando fragmentos de su recuerdo,
tiñendo de blanco las montañas,
aliviando sus infernales flagelos.
 
Los copos bailan en las pendientes inclinadas.
El agua inmóvil observando el sol;
los animales refugiados en la vegetación
que acaricia sus cuerpos con infinito amor.
 
Sol saliente empujando el agua,
besando los animales,
acariciando el verde del valle
a la sombra de los copos de nostalgia.
 
 
 
 
—Labios rotos—
 
Se apagó el carmesí,
mis labios han muerto.
La fría noche invadió
mi alma y cuerpo.
 
El corazón roto
y no encuentro el consuelo
de tus cálidos brazos
que me juraron amor eterno.
 
Las lágrimas corrían
y a la par vos reías,
hallándote en regocijo
mientras yo padecía.
 
Me dejabas morir en el olvido.
Ahora te arrepientes y vuelves hacia mí
implorando perdón
de mis labios rotos.

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