Hay una luz pequeña pero brillante como el sol;
se asoma tímidamente por las cuencas de tus ojos.
No está consolando a las penas de su alrededor,
está huyendo de la oscuridad impuesta por enojos.
Enojos nacidos en el miedo.
Miedo por quizás no volver a verme.
No es tu culpa, no me atormentes
con la mirada inocente de tu desesperación.
Todo a la vista se desmorona.
¡Injusta y cruel es la vida!
Siento tus lágrimas recorrer mi cuerpo,
siento mi corazón conmoverse por ti.
¿Qué pueden hacer las pobres ruinas de mi abandonado castillo
para calmar las dolencias de tu hermoso jardín?
¡Malditos sean los mundanos!
Ellos no te dejan florecer, dulce margarita.
La ciudad envuelta en el caos
y tu pobre alma inmaculada sufriendo en cruel pánico.
A mí me haz elegido, pero me pregunto
¿realmente lo valgo?
No me siento digno de ser refugio de tu bello ser.
¡Imposible abandonarte!
Jamás me perdonaría en estos tiempos sola dejarte.
Lo siento mucho por mentirte.
Perdón por engañarte.
No pude decir otra cosa más.
“Todo estará bien” exclamé mientras sollozabas.
Hipócrita fui por decirte que en vano lloras
cuando mis lágrimas querían reventarme las córneas.
Perdón por ser un doble cara, pero confías en mí.
Soy tu consuelo y finjo serenidad.
Solo finjo, porque estoy quebrado por dentro.
¡Yo no importo! Siempre me apoyo solo,
pero tú me necesitas ahora más que nunca.
Tu mirada me suplica esperanza y paz.
Puedo prometerte galaxias enteras,
pero no soy capaz ni de ser una estrella.
El peor delito no sería esa mentira,
sería apuñalar tu alma con una realidad pesimista.
¡Ya no llores más!
Estarás bien sin duda alguna.
Eres inteligente, ¡y ni hablar de astuta!
Solo quiero que no me odies por no cumplir mi palabra.
No me odies por decirte que estaré para ti
porque no sé si el sol brillará de nuevo en mi mañana.