Aguanto el peso de las palabras no dichas,
las que flotan en el aire como sombras,
las que se entierran en la piel
sin que nadie las vea sangrar.
Entiendo el frío de las despedidas,
la voz temblorosa en la madrugada,
las miradas que dicen “estoy bien”
cuando todo se desmorona por dentro.
Aguanto los silencios incómodos,
las preguntas que no tienen respuesta,
el cansancio de explicarlo todo
y aun así seguir sonriendo.
Entiendo que no todos saben quedarse,
que a veces el amor es solo una tregua,
que algunos llegan solo para enseñarte
cómo soltar sin hacer ruido.
Aguanto, entiendo, y a veces dudo
si es un don o una maldición,
pero aquí sigo,
como si fuera fácil.