Antonella Magliocco

Nuestros reencuentros siempre tenían un poco de lluvia

En el rincón de un tiempo olvidado,
donde el eco del viento murmura,
nos encontramos,
como dos sombras errantes
que se buscan sin saberlo.
 
El cielo, cómplice, nos miraba,
en cada esquina un susurro de agua
que caía como recuerdos
de aquellos días perdidos,
casi rozando la piel del alma.
 
Tú, con la mirada húmeda de silencios,
yo, con las manos mojadas de promesas rotas.
Cada gota que tocaba la tierra
era un paso que no dimos,
un abrazo que no se dio.
 
El sonido de la lluvia,
como una melodía antigua
que no sabía si alegrar o doler,
se convertía en el puente entre nosotros,
un puente de agua que nunca llegaba al fin.
 
Nos reencontramos, siempre,
en el umbral de lo imposible,
bajo un cielo que llora
por todo lo que no fuimos,
por todo lo que ya no seremos.
 
Y cuando la tormenta cesa,
solo quedamos tú y yo,
en el reflejo de una memoria
donde la lluvia nunca acaba,
donde nunca aprendemos a despedirnos.

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