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Valverde 20 (poema 3)

Ahora ya sé que no vendrás, pues marzo
pasea su vacilante noche por las plazas,
y la ropa puesta a secar es toda negra,
y una campana agujerea las horas.
Ahora ya sé que no vendrás
a sorprender el aire con flores de granado,
ni a soltar los azules enjambres de la luna.
 
Me duelen de esperarte el balcón y los ojos;
pero tú estás más lejos cada día,
más hecho a cada instante de música y recuerdo.
De esperarte, no sé ya ni quién eres:
un hombro, el hombro y la mano imposible,
los labios donde todo empieza y se concluye...
 
Te busco en los días lluviosos
por debajo de los paraguas,
apoyado en la pared bajo las marquesinas
de las tiendas de modas.
Te busco en las terrazas de los bares,
agotado y de vuelta,
con una sonrisa minúscula al acecho.
Te busco, con la piel y con la boca,
en las paradas de los autobuses
y en las salas de fiesta
por si, equivocadamente y a deshora, pasaste.
Te busco y estoy solo –solo, solo–
cuando la tarde abate sus alisos
y libera las solemnes palomas cenicientas,
frente al convento de las Mercedarias,
cerca de los agrios tejados y de las chimeneas,
cerca de las veletas y la pena
trasnochadora. Te busco y estoy solo
cuando la primavera, de puntillas,
se yergue como una écuyère por las barandas,
y en el insomne pinsapo de la noche
naufragan los calientes y secretos navíos.
 
 
Te espero, pero ya no te espero,
entre Madrid desnudo y las calles desnudas.
Con el amor desnudo, estoy sin ti y te espero,
pero ya no te espero...
Cierro los ojos y te reconozco;
cierro la voz y está gimiendo;
cierro mi corazón, y siento que me mata
la enfermedad mortal de la esperanza
de la que no me acabo de morir.
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