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El teatro nuevo

En una noche lóbrega,
se cierne sobre el ámbito
de la ciudad pacífica
siniestro ser fantástico.
Es el espectro fúnebre
de aquel poeta extático
que a mártires y vírgenes
y apóstoles seráficos
colores dio poéticos
con sus serenos cánticos;
de aquel cuyos volúmenes,
que algunos llaman fárragos,
contienen más esdrújulos
que gotas el Atlántico.
Al ver la chata cúspide
del coliseo náutico,
una sonrisa lúgubre
bulló en sus labios cárdenos,
y con expresión hórrida
exclama contemplándolo
¿Quién fue el patriota estúpido,
quién fue el patriota vándalo,
que imaginó las bóvedas
de ese teatro acuático?
¡Por vida de san Críspulo!
Que a genio tan lunático
merece coronársele
con ruda y con espárragos
para que el tiempo próximo
en los anales clásicos
le aclame por cuadrúpedo
con eternal escándalo.
Así dijera y súbito,
su rostro seco y pálido
tiñóse con la púrpura
del encendido gánigo,
y en los espacios célicos
corrió con vuelo rápido,
pronunciando los últimos
esdrújulos tiránicos,
que en el espacio cóncavo
repite el eco lánguido,
diciendo en voz lacónica
¡Qué bárbaros, qué bárbaros!
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