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El Oficinista

Puede que en un momento dado
te termines acabando, el oficinista
regresa a casa cansado de mutilar teclas,
el cuello de la camisa desabrochado
y la corbata, hoy, hoy se le olvidó.
Apostarías a tu mujer por cambiar
de coche, hasta jugarías con tus impuestos
contribuyente al crucero por un aumento
de sueldo, un buen aumento y un
trayecto en el aire hasta donde ningún dedo
te señale, impostor de tabernas
y oráculos, vences el desmán con
la vergüenza que cubre una noche de
fin de semana a mano izquierda
de la carretera.
Cuando el fondo no puede bajar más,
cuando te tiemblan las manos
al aferrarte a unas caderas que alquilaste
en una colecta de suspiros de fregadero,
en una esposa que sentada en la cocina
acumula el tiempo entre platos
y vasos de vino blanco, y un televisor
nunca encendido.
Te presentas, cientos, miles de veces
te has presentado a tus cicuentaytantos,
y lo que hace la soledad, esta que mueve
el odio a la figura, descalzo, desvestido,
desvergonzado, duermes una resaca
tranquila junto a la materia.
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