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Límites

Creo que lo que lleva al hombre a huir de sí
a esa otra parte de sí mismo que él toma
como real, tan real que connota fantasía y
ficción, no es el miedo agigantado a lo inhóspito de la audacia, sino un miedo más
solapado, más sutil que se cuela goteando
desde la imagen que nos tomamos como propia, hasta el mismo centro de la obsesión,
quien desee penetrar en su misterio, debe
llevar consigo las ascuas de una hoguera que
no se apaga, un fuego malévolo de astuta
inquietud, porque en la implicación de la
tarea del conocimiento destaca la irregularidad con su esbelta figura de señorita adinerada. Si la propuesta fuese
más cierta, acertar un caballo ganador, no erraríamos tanto en el ahora que marca el
carácter del después, sin que por ello a este
último debamos interiorizarlo, o descubrir
antes de tiempo la maquinaria que se pondrá
en marcha al frenar nosotros la capacidad
de regular.

La agreste verticalidad con la que nos
encontramos en nuestro intento de escalar
la montaña de la escéptica labor donde
encumbran las flores, acecha consigo el
peligro de caerse, de estrellarse, duro suelo
para un cuerpo tan frágil y cansado de incubar lejanos horizontes persuasivos, de desleal nostalgia, el atropellamiento que resuelve en méritos la fijación, ha de tomar asiento al fondo de la sala, convalecer de
una gran melodía puede arrojarte al cuarto
oscuro en el cual se sepulcran los romances
de los antojadizos, volver al principio, cuantos sueñan con una vuelta al principio,
y otros con acabar un final, mientras el barco se mantiene a flote, en medio del mar, resistente al asalto de la desmenudación de
su pequeñez, y la bravura y el descosido, y
la floja cuerda que siempre se desata el
hombre hambriento de estilos que conlleven
un resuelto y experimentado asentamiento,
para poder cerrar más los ojos hasta quedarse
completamente ciego, absorto en la
contemplación de su particular erotismo.

No atiendo a aguas insalubres ni a extremas
depilaciones, el remero sabe a que orilla
acercarme, el sol de la fugacidad no se oculta,
duelen las rodillas, alzo la voz y tras un
relámpago una multitud de mariposas caen
como blanca espuma de un cielo inabarcable,
inalcanzable, es entonces cuando me
solidarizo, me solidarizo con el hombre
en el colapso para con todo aquello que escape a sus fronteras al tanto que me
limito a limitarme.

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