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La fe cristiana

Dedicada a mi querido padre.

¡Eres el astro que mis pasos guía,
Adorable virtud, hija del cielo!
Luz que alumbra el alma mia,
Mi escudo protector y mi consuelo!
Mitigas mi letal melancolía,
Impulso das á mi gigante anhelo,
Y cual iris de paz y de bonanza
Fortaleces mi débil esperanza.
 
Tu grato influjo sin cesar bendigo,
Que en la triste orfandad me consolaba
Cuando distante del paterno abrigo,
En angustiosa soledad lloraba.[1]
 
¡Cómo tu acento, cariñoso amigo,
En lo interior del pecho resonaba!
¡Y cómo entonces tu sin par dulzura
Mitigó mi dolor y mi amargura!
 
¡Oh! ¿qué fuera de mí sin tus favores,
Genio de bendición, numen divino,
Muertas del alma las fragantes flores
Y errante de la vida en el camino?
Abrumada de penas y dolores,
Víctima infausta del feroz destino,
Mi esperanza feliz sucumbiría
Al fiero impulso de la duda impía.
 
Nunca, jamás mi corazón llagado
Con férvido entusiasmo palpitara,
Ni mi pobre laud abandonado
Llena de noble emulación pulsara,
Si no sintiera tu poder sagrado,
Si tu gloria inmortal no iluminara
Con los destellos de tu llama ardiente
Las enlutadas sombras de mi mente.
 
Porque eres tú, dulcísima creencia,
Vívido faro de esplendor interno,
Hermosa flor de incomparable esencia
Nacida junto al trono del Eterno;
El ángel tutelar de mi existencia,
Que me sigue do quier constante y tierno,
Del mismo Dios emanación querida
Vida del alma, y alma de la vida.

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