Los labios tiemblan, salpican su sal,
al grito insistente de un llanto abismal.
Es el eco de una soledad tan profunda,
que el alma se rompe, que el tiempo se hunde.
Un dolor extraño, raro de encontrar,
ese que apenas la vida te deja tocar.
Un llanto que quiebra, que busca escapar,
gritar, huir, perderse en la inmensidad.
Es el peso cruel de la pérdida amarga,
de amar y soltar, de querer y no hallar.
Hoy, en esta noche donde el frío me arropa,
Se posa el vacío; ya no estás, y destroza.