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Canto a la alegría

Yo canto a la alegría
que es la pizca del sal
que resalta el sabor
en el pan de la vida,
el pequeño secreto
que hace sentir al hombre
que la mano de Dios
está sobre su hombro.
 
La alegría no es solo
una palabra.
Va más allá del cerco
del mirar y el sentir.
 
A veces se desborda de sí misma
y entonces no sabemos
si llorar o reír o cantar
o escribir un poema
o inventarnos un cuento.
 
Es una absurda y deliciosa mezcla
de júbilo y de miedo.
Un sobresalto luminoso
que pone el corazón
a trotar en el pecho
y pone a la esperanza
a empinar papalotes
de ilusión y de dicha.
 
La alegría no sabe de antesalas.
Viene en cualquier momento.
Es tan inesperada
que a veces nos parece
una hermosa mentira.
Vive en una sonrisa.
Se mece en una rama.
Nos llega en una ola
que rompe su impetuosa maravilla
en una playa solitaria.
Nace del corazón
―burbuja de Dios mismo―
y crece y crece y crece
y sube y sube y sube
hasta tomar
dimensión de montaña
o hasta alcanzar
estatura de nube.
 
Yo canto a la alegría
que asoma en el primer
lucero que se enciende
y canto a la alegría
que deja en mi alma el beso
sereno de mi esposo
cuando sale de casa.
Y canto a la alegría
de mirar un renuevo
en una planta
y canto a la alegría
de oír reír a un niño
que pasa por la calle.
 
Yo canto a  la alegría
de oír un trino
aunque no vea el ave.
Y canto a la alegría
de ver caer la lluvia
con el sol sobre la yerba.
Y canto a la alegría
de ver bailar las aguas
cuando forman enormes
charcos los aguaceros torrenciales.Yo canto a la alegría
bendita de mirarme
en el espejo pequeñito
de la mirada de mi madre.
Y canto la alegría
de oír la voz querida
de mi padre.
Y canto la alegría
de tener ocho hermanos
y hermanas, unos lejos
y otros cerca
―como si fueran árboles
sembrados en distintos
lugares de la tierra―.
 
Yo canto la alegría
de dar a manos llenas
mi amistad a otras gentes
regadas por el mundo
como semillas buenas.
Y canto a la alegría
de anticiparme al goce
de viajar por países
que me son realidad
sólo en la geografía.
 
Yo canto a la alegría
de escuchar la sencilla
canción de una muchacha enamorada.
Y canto a la alegría
de hornear el postre
que pondré en la mesa.
Y canto a la alegría
de preparar la cena.
Y canto a la alegría cotidiana
de ir al trabajo
y decir: Buenos días
a todos mis colegas.
 
Yo canto a la alegría
que deja la lectura
de un buen libro
y canto a la alegría
que nos trae la carta
con noticias de un amigo lejano
y canto a la alegría
de tenderle la mano
a alguien que no conozco todavía
y canto a la alegría
de escuchar a lo lejos
el susurro de una
vieja y emocionante melodía.
 
Yo canto a la alegría
de ver crecer la luna y de verla gastarse
y volver a nacer
―Fénix imponderable―.
Y canto a la alegría
de contemplar una ronda de abejas
o de ver revolotear mariposas
o ver la flor abierta
con un grano de lumbre
dormido en el regazo
tierno de su corola.
Yo canto a la alegría
pequeña de estrenar
un vestido, un anillo,
una pulsera.
Y canto a la alegría
inmensa de encontrar
a una persona
que hace tiempo faltaba
del mapa de mis días.
 
Yo canto a la alegría
que mete el sol en la alcancía
de las ventanas
y canto a la alegría
del piar de un pollito
saliendo de su cáscara.
 
Yo canto a la alegría
de probar un manjar desconocido
y canto a la alegría
de ver un pajarito
recolectando hilachas
para tejer su nido.
 
Yo canto a la alegría
de aquella madre pobre
que amamanta su hijo
y canto a la alegría
del pregonero viejo
que deja en la mañana
el rastro de voz.
 
Yo canto a la alegría
de saber que hay un Dios
que hizo la llama,
el humo, el amor,
el anhelo de paz
que nace en cada
corazón de hombre,
de mujer o de niño.
 
Yo canto a la alegría
de oír una campana
y canto a la alegría de ver reír la estrella
que se mira en el agua.
Y canto a la alegría estremecida
con ribetes de gracia
y de milagro
de haber nacido poeta
para poder cantarle
a la alegría.
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