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A los que lamentaron mi supuesta muerte. la muerta agradecida

El corazón, amigos, palpitante
como otras veces en mi pecho siento;
mas al oír vuestro piadoso acento
sobre las nubes me soñé un instante.
 
Juzgué más claro el sol, menos distante,
vi espíritus celestes en el viento
y en la estrella que más resplandecía
vi confusa la imagen de María.
 
Los colores, la luz, aire, el ruido,
todo más bello que en la tierra era,
y aquel mundo con gloria verdadera
le brindaba a mi espíritu embebido.
 
Pero con ser del alma tan querido
el cielo que de muertos nos espera,
esa dicha, medrosa rechazando,
de mi ilusión me desperté temblando.
 
Dios quiere que aun el día no llegado
a mi vida en su plazo, todavía;
resignación le falte al alma mía
para dejar mi triste suelo amado.
 
Amo a los corazones que me han dado,
pena, placer, tristezas, alegría;
amo al árbol, al río, a la pradera
y amo a mi dulce lira compañera.
 
Vendrá colmado de dolor, acaso,
el porvenir que a mi existencia aguarda
y de la muerte en su carrera tarda,
tal vez acuse el perezoso paso.
 
Mas nunca Dios el sufrimiento escaso
nos da, cuando el descanso nos retarda,
y mi término corto o prolongado
siempre estará por el bien señalado.
 
Mas, en tanto que treguas a mi vida
le place conceder al poderoso,
escuchad de una muerta agradecida
el acento que exhala cariñoso;
 
Sabed que de una voz dulce y sentida
a mí llegando el eco generoso,
vuestra memoria de amistad bendita
deja en mi corazón con llanto escrita.
 
Badajoz, 1844
 
Carolina Coronado
 
A LA MEMORIA DE LA POETISA CAROLINA CORONADO
 
¿Qué mágico sonido
del arpa insinuadora se desprende
doliente y extinguido?
¿Cuya es la voz que los espacios hiende,
y el ánimo suspende,
y al tierno corazón presta un latido?
¿Quién lanza esa canción triste y sonora?
Oíd... Es Carolina,
que del Guadiana en los confines ora,
segunda peregrina,
como el jilguero en la espesura trina;
¡mas no que su canción desgarradora
es la del cisne que cantando llora
su muerte ya vecina!
Ya de la edad en el abril temprano,
con ojo escrutador su pensamiento
de la existencia penetró el arcano;
y al arpa con afán tendió la mano
los bordones a herir del sentimiento.
Y aún en la infancia su canción primera
sonó desconsolada,
como el balido fiel de la cordera
que gime en la pradera,
del can y del pastor abandonada.
Quizá sobre su frente sin mancilla
pálida y triste reflejo de la luna,
como el flambón que en los sepulcros brilla;
y a su luz amarilla
maldijo entre soñando la fortuna
que ante sus ojos, el fatal diseño
de la existencia, desplegó importuna
también en su dormir con torvo ceño...
y entre el afán de su intranquilo sueño,
tal vez un ángel le gritó en la cuna:
«¡Llora si puedes llorar!....
De ese llanto que no brotas;
son ¡ay! amargas las gotas
como verdina del mar.
¡Llora inocente, sin calma
lágrimas de hiel henchidas,
que en el alma detenidas
son la ponzoña del alma!
¡Llora, Carolina, llora!...»
Y con invisible vuelo,
tornóse el ángel al cielo
de la niña al despertar.
Y ella enjugando sus ojos
la gota de hiel primera,
dijo, y el ángel la oyera—
«Yo nací para llorar»
con llanto regó doliente
de su infancia los verdores,
con llanto regó las flores
de su hermosa juventud;
y en esa estación risueña
de ilusiones y ventura
tristes ayes de amargura
brotaron de su laúd.
¡Oh!... de la edad en el abril temprano,
con ojo escrutador su pensamiento
de la existencia penetró el arcano;
y al tender a la cítara su mano,
los bordones pulsó del sentimiento!
«Nací para llorar... ¡ésta es la vida!»
Tú lo dijiste, Carolina hermosa;
¡Cándida flor, con lágrimas nacida!
¡Rosa de amor, por el reptil mordida!...
¡Torpe reptil, que marchitó la rosa!
Hoy, Carolina, en el celeste coro
con los ángeles cantas... ¡Ah! ¿recuerdas
pulsando el arpa de oro,
las veces que tu lloro
gota por gota, humedeció sus cuerdas?
 
También desatentada
«¡Lejos el llanto!» murmuraste un día;
de ti propia olvidada;
y en honda carcajada,
«¡Quiero ahogar el dolor con la alegría!
ya doy al mundo el exigido culto;
miradme... ¡ya me río!
contemplad esta risa... no la oculto...
y en tu boca la risa... era un insulto,
¡era un sarcasmo a tu tormento impío!
¡gozo fatal de la tristeza loca!
Él en tu seno comprimió un latido...
Una sonrisa desplegó tu boca
y entre tus labios... estalló un gemido.
Vuelve a llorar... de tu fecundo llanto.
Roto el raudal, que tu delirio amansa,
del corazón adormirá el quebranto,
que con el lloro el corazón descansa...
¡Llora infeliz con tu sentido canto!
¿Cuya es la voz que los espacios hiende
y el ánimo suspende?
Su canto... ¿no es verdad? ¡Torpe mentira!
¡Torpe ilusión!... De su empolvada lira
ni un eco se desprende...
seca la voz de su gentil garganta
la dulce Filomena,
no, como ayer, al marinero canta...
no, como ayer, al marinero encanta
¡con su voz la Sirena!
Su voz ayer de desconsuelo llora,
cual otra peregrina,
sobre las auras columpió serena,
la infeliz Carolina...
su postrera canción, desgarradora
fue la del cisne que cantando llora
su muerte ya vecina.
¡No canta ya!... de la doncella hermosa
sobre el sepulcro, al deshojar la palma,
no perturbéis ¡por compasión! la calma
de su tranquila losa...
El cuerpo virginal allí reposa,
y habita con los ángeles el alma.
¡No canta ya!... ni como ayer se apila
de su cántico al son, lágrima ardiente,
a su turbia pupila:
¡ya de su llanto se agotó la fuente!
Contemplad sus despojos,
¡oh! corazón... su frente sin colores:
secos sin luz al admirar sus ojos.
¡Bien tienes que llorar, por bien que llores!
¡Lágrimas tristes, que anegáis los míos
corred, corred a ríos...
y de su tumba fecundad las flores.
 
18 enero 1844
EULOGIO FLORENTINO SANZ.

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